viernes, 25 de noviembre de 2011

La carta de Gardel - novela - (fragmento)


Después de la lluvia, el pueblo se había inundado, volvía a salir el sol. Decidí aprovechar el día, no quería pasar el fin de semana en el hotel o dando vueltas hasta que abrieran los negocios y la ciudad tuviera vida nuevamente.  La investigación que me había encomendado la señora Nelly estaba dando algunos frutos. Ya sabía algo más de esa mujer, esa empleada que con sus rumores estaba envenenando la atmósfera de la empresa. Saberlo me había costado algunos almuerzos y también algunas cenas.
Yo era una forastera ahí en el pueblo, y siempre es fácil distinguir a un forastero en un lugar chico. No sería fácil despertar confianza. La mujer, llamada Mariela era una mujer solitaria. Había construido su vida alrededor del trabajo y alrededor de eso giraba todo. Era entendible que se molestara por todo lo que hicieran sus compañeros y sus jefes. Cada vez que alguien hacía un comentario acerca de  su vida privada, tenía una pareja, se casaba o se iba de viaje, o tal vez algo menos, algún logro de otro tipo, la mujer entraba en una especie de ebullición. Y empezaba a hablar mal.
Era entendible, pero también era insoportable trabajar ahí adentro con el clima que se había  ido creando.
Uno por uno, fuí invitándolos a almorzar o a comer, fuera de la empresa. Así logré saber lo que
opinaba cada uno de ellos. Aunque no me guiaba ningún propósito que no fuera la investigación encomendada,  recordaba haber leido alguna vez aquel comentario  del filósofo de origen rumano Cioran, siempre se retiraba último de las reuniones, para no ser el tema del que los demás hablaran.

El fin de semana lo pasé remando en el río con Julio, el profesor de tango. Por suerte, a mí también me gustaba remar y al hacerlo hablábamos poco. Andar por el río, entre el agua y los árboles. los sauces de las orillas despejaban mi mente y la compañía de Julio me hacía bien.
La naturaleza y la compañia de Julio, el movimiento del bote por el agua, todo eso me hacía olvidar la última pesadilla, el último animal que había aparecido en mis sueños.
El agua, ahora, tenía reflejos como pequeños soles que brillaban debajo de la superficie. Seguimos la corriente del río, por la tarde vendría la creciente y sería  necesario volver temprano.

(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados  

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