lunes, 21 de octubre de 2013

La carta de Gardel - novela (fragmento)


Diario de Mariana (fragmento)

Nunca le pude decir que cada vez que intentaba comunicarme con él, pasaba algo inverosímil, alguna calamidad, o un suceso extraño. ¿Brujería? En alguna parte del inconsciente, algo o tal vez alguien no quería que me comunicara. Ni bien llegó al pueblo empezó a dejarme mensajes, en el hotel, en los bares a los que concurría frecuentemente, en la tienda de artesanías, lugares adonde yo iba y seguramente alguien le dijo. Pero todo era inútil, siempre ocurría algo. El día que le iba a contestar, un llamado urgente de algún cliente o de alguien, hacía que no pudiera llamarlo o enviarle una carta. ¿Raro? No sé. Hacía mas de un mes que estaba en el pueblo investigando, pasaban los días y siempre, siempre, ocurría algo. Parecía que la caja de Pandora se hubiera abierto, me sentía desolada. ¿Qué fuerzas extrañas se movían para inclinar la balanza hacia un solo lado? Empecé a hacer el inventario desde el día en que recibí su carta. Me alegró la noticia y apenas le iba a contestar, a la mañana siguiente, recibí un llamado y tuve que salir del pueblo con urgencia. Pasaron los días y volví a seguir la investigación. Iba a llamarlo, para contestarle un llamado anterior y ese día, recibí un llamado de una tía lejana que no tenía a ningún familiar, se había enfermado gravemente y tenía que viajar a verla. Yo misma no podía creer lo que estaba ocurriendo. ¿Algún conjuro? Nunca había creido en esas cosas. Y si se lo hubiera dicho, hubiera pensando que la locura me estaba acechando. Eran hechos, sí, cosas concretas, no estaban en mi imaginación. Y ocurrían una detrás de la otra. De alguna manera tenía que decírselo. No sabía si volvería a comunicarme con él. Por momentos deseaba ser otra, cambiar la identidad, escaparme a algún pueblo lejano y que la vida fuera distinta, que muchas personas que me conocían dejaran de pensar en mí, de llamarme, de que las fuerzas, si es que había fuerzas que estaban provocando todo esto se olvidaran de mí, como si nunca me hubieran conocido, como si yo fuera una extraña. Nunca había sido de no afrontar las cosas, pero mi vida se había convertido en un mar agitado, con olas turbulentas que subían y  bajaban, estaba en un mar revuelto, desatado e incontrolable y yo debía permanecer calma. ¿Lo entendería él? Seguramente se iría a aguas más tranquilas, menos turbulentas, a amarrar la nave a algún otro puerto. Y mientras tanto, en medio de la tormenta, yo veía pasar las nubes, los pájaros que huían, porque algo, una tormenta más grande tal vez, se estaba acercando.