miércoles, 20 de septiembre de 2017

La carta de Gardel - novela - fragmento



La mujer era rubia, bajita, de ojos que parecían huecos, casi vacíos, tal vez claros. Vestía un delantal sobre la ropa, y era realmente desagradable en el trato. Al pedirle un café puso cara de no saber de qué le estaba hablando, al rato apareció con el café y dos galletitas cubiertas de azúcar. Le dije que no comía nada de eso, y ella me miró fijamente, como si hubiera recibido una ofensa y dijo:

- Aquí se sirve el café con galletitas

- Le agradezco, pero no como dulces

La respuesta agrió más su expresión y se retiró hacia adentro del bar. Nunca la había visto antes en ese lugar, y eso que no hacía mucho tiempo que había estado en el pueblo. El tiempo necesario para
seguir con mis otras investigaciones, volver a la gran ciudad, olvidarme del tema de la carta, por un tiempo, sólo por un tiempo.
Era el mismo bar donde había estado muchas veces, un típico bar de pueblo, de provincia. Sólo que algo había cambiado ahí adentro. Las plantas de interior ya no estaban y en su lugar la decoración parecía más austera.
En una esquina, había un hombre sentado leyendo el diario, a veces interrumpía la lectura y miraba por la ventana hacia la calle. ¿Y si ese fuera el hombre que estaba buscando? Me habían hablado de un coleccionista, alguien nuevo en el pueblo, alguien que se dedicaba a las antigüedades, muebles, objetos y libros. ¿Cómo saberlo? ¿A quién preguntarle? La luz de la media mañana iluminaba el lugar, en verdad impecable. La mujer volvió de la cocina y se ubicó en la barra y ahí empezó a repasar las copas con un trapo blanco, parecía estar lustrándolas. ¿Me daría alguna información después de haber rechazado comer las galletas? Le hice una seña, lo mejor sería pedir algo de comer.

- Quisiera almorzar algo - dije
- Todavía es temprano, para comer algo hay que esperar - contestó
- Estoy buscando a alguien - comenté
- Usted no es de aquí ¿no es cierto?

La miré durante unos instantes, vi la curiosidad asomada a sus ojos, un brillo había aparecido en su cara demacrada y dije:

- Usted tampoco es de aquí

La mujer alzó los hombros, como si no le importara mi comentario y se fue nuevamente hacia adentro.

El hombre del diario se incorporó y caminó hasta mi mesa:

- ¿Quiere leer el diario? Yo ya me voy - dijo
- Sí, claro, dije y agregué: - Casi no voy a tener tiempo, en realidad estoy buscando a alguien.

El hombre se acercó y y me miró curioso, estaba vestido con ropa de ciudad, pantalón, camisa y zapatos, con cierta elegancia,  su aspecto era prolijo, no parecía vivir en el campo.

- Busco a un coleccionista, alguien nuevo en este pueblo - dije
- Se abrió una tienda de antigüedades hace poco - contestó. Está aquí a unas cuadras, derecho, por la principal, serán cinco, seis.

Cuando el hombre se retiró del bar, me dediqué a leer el diario, era un diario local, algunas noticias de la tapa. Después, recorrí las páginas interiores. En los avisos clasificados había uno recuadrado con tinta. ¿Lo habría marcado el hombre antes de irse? Era un aviso de venta de libros. Anoté el número de teléfono.

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados