sábado, 5 de mayo de 2012

La carta de Gardel - novela (fragmento)



Pisaba las hojas doradas, marrones, crujían cuando las pisaba, y las siguió pisando
hasta llegar al cementerio. Venía a despedirse, a decir adiós, por un tiempo. Había
que saludar a los muertos, de los vivos que conocía en ese pueblo era mejor alejarse.
La determinación estaba tomada: volvía a Buenos Aires. Esa ciudad que parecía tenerlo
todo siempre le ofrecía una nueva oportunidad. Volvía al trabajo anterior, esta vez a
trabajar con alguien que parecía augurar un buen principio: al menos el nombre empezaba
con A. Mary no sabía de la cábala, tampoco se interesaba mucho en ciencias ocultas o
religiones exóticas, pero cuando la señora Nelly la llamó para hacerle el ofrecimiento de
volver a trabajar en la sede central de la empresa, lo único que preguntó Mary
fue el nombre del nuevo jefe. Alejandro, se llamaba. La señora Nelly dijo que era casado,
con cuatro hijos. Al menos tenía una familia para estar acompañado y entretenido después
del trabajo y los fines de semana. Al menos, pensaba, la dejaría respirar por algunas horas, después de cumplir el horario.Tal vez podría reiniciar el baile, a lo mejor conocer nuevas milongas, gente interesante.
Ya tenía la experiencia anterior con Guillermo. Esta vez la promesa era un ascenso y un
sueldo mejor, si todo iba bien con Alejandro y Mary había dicho que sí. Al llegar a la puerta
del cementerio la siguieron dos perros negros, parecían estar esperándola.
Mientras caminaba para visitar las tumbas de los muertos, veía a los animales caminando al lado de ella, como si la conocieran, como si la guiaran y también veía a los pájaros, cómo se posaban en las piletas ubicadas para llenar de agua los floreros, y bebían el agua. Algunas hojas secas se arremolinaban con el viento y Mary caminó hasta llevar unas flores a la tumba de los muertos queridos, tal vez un poco olvidados. Mary se quedó pensando algunos momentos mientras los perros estaban ahí muy quietos y muy cerca, mirándola, como si la custodiaran. Luego Mary volvió sobre sus pasos, volvió a mirar los pájaros como bebían agua y picoteaban algo, y se despidió del guardián y también de los perros, que como dos fantasmas volvían a entrar al cementerio, a cuidar, seguramente, la paz de los muertos.

(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados