martes, 25 de junio de 2013

La carta de Gardel - novela - (fragmento)



El fuego permanecería encendido toda la noche. Mary seguía mirando las brasas
encendidas, las llamas cómo se elevaban y las chispas que a veces saltaban hacia afuera de la chimenea. Alejandro fue hasta la cocina y abrió la heladera. Mary escuchó el tintineo del hielo en un vaso, luego en otro y el ruido del líquido de una botella, cómo caía, pero no se inmutó. Alejandro venía de un largo viaje y ella lo sabía. Había cosas que ahora a ella le parecían extrañas. El dejó los dos vasos  con whisky en la mesa y Mary no dijo nada. Afuera se escuchaban los ladridos del perro de la posada. La gata blanca emergió de alguna parte y saltó hacia la mesada de la cocina. Todo era quietud en ese lugar, excepto los ruidos de afuera, las hojas de los  árboles se arrastraban, y el ruido del viento filtrándose por las ventanas.

- Pasó mucho tiempo - dijo él

- Sí

- ¿Querés un whisky? - preguntó Alejandro ofreciendo uno de los vasos

- No

Seguramente Alejandro había olvidado que a Mary no le gustaba el whisky.

El hizo girar el hielo en el vaso con un dedo, ella lo miraba sin decir nada. En un momento, Alejandro empezó a hablar y Mary, como siempre, a escuchar. Y lo que le relataba él  era como un sueño, era como si ella lo hubiera estado soñando, como si ese sueño se hubiera transformado en realidad. Pero lo que Mary hubiera deseado era verlo feliz a Alejandro, despojado de su oscuridad, brillante, como una criatura de luz.  Como seguramente, alguna vez había sido. Mucho más luminoso que Guillermo, y mucho más oscuro ahora, también. Y él había venido a contarle, como un film visto hacia atrás, que volvía con su primera mujer,  abandonaba a la otra, y todo volvía a empezar. El puesto en la empresa volvía a ser el mismo que tenía antes de irse a vivir a otro país, antes de aceptar el cargo de director, tener una nueva mujer y abandonar la primera.
Mary interrumpió a Alejandro. Hubiera tenido que decirle:

- Si no la querés más , no sigas diciéndolo. Le estás dando demasiada importancia al tema, parecería que no podés olvidarte de ella.

Pero no lo dijo, simplemente habló de la noche y de las estrellas que brillaban afuera. Quería cambiar de tema, sin herir a Alejandro. Estaba cansada de remar en la laguna, de caminar por el campo. Tenía demasiadas cosas en su cabeza y sabía que a veces el silencio es el remedio de todos los males. Alejandro se quedó entonces callado. Mary ya era otra, distinta, miraba las cosas con más indiferencia, y no volvería a involucrarse más en asuntos personales de otros. Y tampoco iba a inventar más pretextos para Alejandro cuando salía con sus amantes, ni iba  a comprar más regalos para ellas, ni iba a llevar su agenda, ni iba a vivir más pendiente de Alejandro ni de nadie más. Porque de lo que no se olvidaba nunca Mary era de ella misma, y de lo que alguna vez, hace mucho, había sido: un proyecto de mujer con todas las potencialidades, con toda la preparación espiritual, con toda la alegría, con toda la serenidad que hasta ahora, ni  Alejandro, ni Guillermo ni nadie le habían podido quitar. Únicamente, Julio, con su transparencia, con su bondad, podía darle esa tranquilidad que Mary necesitaba. Julio, un hombre que cuando decía dos más dos son cuatro, efectivamente era cuatro y no cinco, o seis o vaya a saber qué número. ¿Quién lo iba a adivinar?
Alejandro se había quedado en silencio, desconocía a Mary. Porque Mary, su ex secretaria, ex amiga, ex confidente, ex madre y ex hermana, no era la misma Mary que él había conocido un tiempo antes. Alejandro siguió contando algunas historias de su trabajo, de sus viajes, de su ex mujer, y Mary se quedó mirando fijamente por la ventana, afuera había tres caballos que comían pasto y Mary se preguntó en qué libreto o en qué guión y por qué autor había sido escrita o tal vez soñada. Porque quería salir del pasado y avanzar hacia el futuro, aunque no fuera cierto, aunque nada existiera más que el presente, más que ese presente en el que ella y ese ahora extraño llamado Alejandro, con el que una vez  hacía muchos años había compartido diez o doce horas por dia en una oficina, en almuerzos, en charlas telefónicas, parecía un personaje cercano, casi familiar.
La conversación se interrumpió cuando se escuchó el ruido de un auto, había estacionado  cerca de la  posada, luego una puerta que se abría y cerraba y después pasos. Se abrió la puerta de golpe y entró un hombre y dijo:

-          Busco una habitación ¿habrá alguna libre?


Mary reconoció al hombre  enseguida, Alejandro no. Había estado ausente de ese pueblo y de la vida de Mary durante mucho tiempo, Alejandro no hubiera podido reconocerlo. 

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados 

jueves, 20 de junio de 2013

La carta de Gardel - novela (fragmento)



Ahora todavía algunos leños  ardían en la chimenea. Mary se frotó las manos como si se las estuviera lavando, con la mirada en el fuego. La noche ya había entrado en ese lugar, en el living de la posada y lo cubría todo como un manto.  Nunca le había gustado estar a la intemperie cuando era noche cerrada. La noche,  pensaba, podía ser oscuridad en medio del campo. Y también silencio, quietud, e inquietud.  Durante el día había estado bien, se había cansado de remar, de mirar patos y aves silvestres en la laguna, de bordear la orilla tocando los juncos con uno de los  remos, después con el otro, de sacar las piernas y los pies del bote y mojarse en el agua llena de renacuajos cerca de la costa. Todo eso la  había divertido, la había hecho olvidarse de tantas cosas... Ahora sin embargo, en ese lugar silencioso donde se había alojado, con olor a madera silvestre de los muebles nuevos, seguramente a pino, presentía algo, algo que no sabía bien qué era.
Alejandro había llegado a la posada a eso de las dos de la tarde, cuando se cansó de  dar vueltas por un pueblo y por otro, cuando se cansó de probar el auto nuevo por la ruta de asfalto y también por caminos de tierra. El auto nuevo andaba bien, sin embargo estaba cansado y necesitaba descansar, el viaje había sido largo. Lo que nunca había imaginado era que iba a encontrarse con Mary en esa posada en medio del campo, en medio de la noche, sin siquiera proponérselo. ¿O tal vez sí? Después de comer, a Mary le gustaba caminar un poco, aunque fuera cerca, escuchar el ladrido lejano de los perros, ver las luces de los autos que iban por el camino, y sentirse segura, a resguardo, ahí en ese lugar. Porque ¿quién iba a encontrarla ahí? La dueña de la posada había dejado las llaves para cada huésped, así cada uno podía entrar y salir cuando quería, sin sentirse controlado. Qué feo era eso del control, pensaba Mary, en los hoteles, en las posadas, en cualquier lugar, podemos sentirnos controlados, y ahí, parecía que no, que a nadie le importaba. Había vuelto de caminar, escuchó el ladrido de los perros y eso le dio alguna tranquilidad. Se quedó así mirando los reflejos rojizos del fuego, las llamas que aún ardían, cuando escuchó
cómo una puerta de las habitaciones se abría y se cerraba. Alejandro no pareció sorprendido cuando vio a Mary. ¿Tal vez sabía que ella estaba ahí? Entonces Mary lo miró, se quedó callada y fue a sentarse  en uno de los sillones cerca de la chimenea.

- No pensaba encontrarte aquí - dijo Alejandro

- Yo tampoco

La extrañeza era mutua. Pero era extrañeza o ¿qué era?

Si Alejandro había pensado que tenía una larga historia para contar que ya a esta altura le parecía algo así como un film viejo,  Mary había decidido callar. Porque ¿para qué contar sus historias? A nadie le podían interesar, salvo a las malas lenguas de las personas curiosas del pueblo de donde se había ido,  como la señorita Ana y algunos otros.

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados


domingo, 9 de junio de 2013

La carta de Gardel - novela (fragmento)



Había sido un día relativamente agitado. Encuentro en el bar con Julio, estaba dispuesta a bailar tango y milonga. Tenía que entrar en el ambiente para saber, para averiguar algo. La carta de Gardel era el motivo de mi investigación. Después de ver a Julio me fuí a la casa de la señorita Ana. Me atendió como siempre,
hospitalaria y se cobró la amabilidad con una serie de quejas contra su sobrino. Después de todo ¿por qué tenía que aguantar un pibe así? cuando ella ya tenía  su vida hecha, su jardín, su hotel, sus mascotas, y lo más importante: sus recuerdos. Pero el sobrino, era una obligación, dijo, los padres del chico habían muerto, y ella tenía la obligación de hacerse cargo. Me pareció mezquino todo lo que dijo y también que se cobrara el almuerzo que me habia brindado - asado al horno con papas - contándome semejantes cosas. Yo soy una detective privada y no una psicoanalista, seguramente si lo fuera cobraría más. El problema ahora era Mary, encontrarla, saber dónde estaba, y qué había ido a hacer ahí donde se encontrara. Julio me dio una pista: a ella le gusta ir al pueblo cerca de aquí, alquilar un bote y remar en la laguna.
Julio no podía llevarme hasta ahí, tenía clases de tango a partir de las ocho, a las siete llegaría al bar, se prepararía en un camarín. De pronto lo vi a Julio como el hombre que podía contener a Mary, seguramente lo era, no sé, tal vez, Julio la conocía muy bien y  callaba.
Tomé un remise y me fuí al pueblo que me había dicho Julio. Durante el trayecto, el olor a campo, a zorrino, a tierra me hizo sentir que tal vez hubiera alguna posibilidad de encontrar a Mary. Era preocupante tener una carta en mis manos, que parecía recién escrita, y que me habían entregado en el hotel. La firmaba Mary:

"No se preocupe, estoy bien. Sólo que lo vi a Alejandro, mi ex-jefe en la empresa, dando vueltas por ahí. No quiero encontrármelo. Conozco su historia, trabajé con él un tiempo largo. Nunca le contaría a nadie las cosas que yo sé. Alejandro subió en la empresa al puesto más alto y eso le costó el matrimonio. Todavía es joven y es ambicioso,  y va a escalar más, seguramente. Soy un poco la artífice de todo eso, porque lo ayudé  a subir en su carrera, tal como hice con Guillermo. Asesorándolo permanentemente, conteniéndolo. Las personas así necesitan siempre a alguien, a alguien como era yo antes.  A alguien que yo no soy más, porque soy otra, usted Mariana sabe. Alejandro vino en un auto nuevo al pueblo, era el auto más nuevo y más caro que había  por el pueblo ¿cómo no lo iba a ver? Usted sabe Mariana que mi vida ahora es otra, distinta, más reservada y secreta, más a resguardo.  Guarde esta carta, Mariana, téngala usted y cuándo vuelva, la buscaré y hablaremos de este asunto.".

Me empecé a preocupar por Mary, quería encontrarla rápido ¿por qué esta huida del pueblo? ¿qué me quería decir realmente con la carta?

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados