lunes, 7 de noviembre de 2011

La carta de Gardel - novela - (fragmento)


Dí vueltas por Boedo, caminé por las calles de la avenida, pensaba cómo seguir. Había muchos
bares, declarados notables, con temas de tango, como el de Pugliese. Todavía faltaba leer el
mail de Julio, el profesor de tango. Entré en el bar de Pugliese donde había muchas fotografías del músico. El bar, también más modesto que el de la esquina Homero Manzi en San Juan y Boedo, tenía dos televisores. A un costado, uno de los televisores emitía la programación de la tarde. Cerca de la barra, el otro aparato mostraba el drama de Roberto, un hombre que lamentaba el asesinato de su mujer a manos de su ex-pareja. Se podía ver en cámara la cara del hombre narrando su tragedia. Me preguntaba si los televisores reflejarían la escena durante todo el día. Me senté cerca de una ventana. A media cuadra se veía un cine de barrio. Cerca de mi mesa, una chica escribía en un cuaderno. Una pareja de edad mediana en otra, y más lejos una pareja de un hombre y una mujer mayores. Un hombre solo, vestido de traje, corbata y con anteojos, miraba con seriedad la calle. Colgado de la pared hay un retrato de Carlos Gardel.
Pedí una bebida tónica cuando vino el mozo y empecé a leer:

   "Durante la siesta, le estoy escribiendo a esa hora, no tengo nada que hacer. Los negocios cierran hasta las cinco y todo el mundo se va para la casa a comer, o a hacer algo. Le estoy escribiendo desde un cyber café, uno de los pocos lugares que están abiertos. Entonces salgo a dar vueltas por el pueblo en la Harley-Davidson, voy hasta el río, me quedo un rato ahí, en un boliche. Después, si tengo tiempo llego hasta la laguna y me quedo mirando los pastizales y los patos, las garzas, algunos chicos  se meten en el agua, hasta que el sol empieza a bajar. Entonces me subo a la moto como si fuera a un caballo y salgo para el hotel, a cambiarme. A prepararme para las clases de tango. Tengo muchos alumnos en este pueblo. No sé por qué le escribo todo esto, usted parece tan interesada en el caso de la señorita Ana. Pronto iré a Buenos Aires, tal vez le pueda contar algo que la oriente en el caso.
Hasta pronto,

Julio (el profesor de tango)".

Julio era un hombre más bien callado, como si todo lo que quisiera expresar lo dijera en el baile, enseñando tango.
En la casa de la señorita Ana no había hablado mucho. Una de las conversaciones que presencié entre él y la señorita Ana fue la manera en que Mary o más bien los conejos de la India de Mary habían iniciado las hostilidades entre las dos mujeres.
Mary había traido a su casa dos cobayos, un macho y una hembra y los había puesto en una jaula en el patio.
Al poco tiempo los conejos de la India tuvieron cría y la jaula les quedó chica. Mary hizo construir entonces una casita de madera parecida a una cucha de perro para los pequeños animales. Los conejos podían entrar y salir de la  casa y recorrían el jardín comiendo pasto y plantas además  del alimento que Mary les daba.
Los cobayos siguieron multiplicándose y buscaron nuevos pastos y plantas para comer. Les gustaba mucho pasar debajo del cerco que separaba la casa de Mary de la de la señorita Ana. Hasta que ésta los hacía volver a la casa de Mary tomándolos con las manos, eran tan suaves, y se los devolvíia a su vecina arrojándolos al jardín. Pero un día la señorita Ana se ausentó hasta la noche y los conejos aprovecharon para comer unas cuantas plantas, las preferidas de Ana.
Fue entonces que la Señorita Ana amenazó a Mary con hacerle un juicio. Y fue entonces que Mary decidió dedicarse a salir más cuando volvía del trabajo en el laboratorio, y también decidió tomar clases de tango.
Julio parecía divertido con la historia cuando la Señorita Ana la contó mientras comíamos. Y fue entonces cuando le pregunté a la Señorita Ana si los conejos no habían vuelto a aparecer por su jardín. Era como en el cuento de Cortázar, dijo ella. Se multiplicaban y se multiplicaban y aparecían en mi jardín, eran cada vez más conejos, dijo mientras una sonrisa se le iba dibujando lentamente.

(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados

imagen: fotografía tomada en la Casa Museo de Carlos Gardel (c) Araceli Otamendi

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