martes, 29 de noviembre de 2011

La carta de Gardel - novela -(fragmento)


Adela sueña con instalarse en la gran ciudad. No puede más ahí, le da tristeza cuando cae la tarde, el mugido de las vacas, el canto de los pájaros, el repliegue de éstos hacia los árboles, no puede más. Ahora que conoce a personas que integran ese gran mundo del que ella por ahora está excluida, Gardel,  ese hombre, ese que fue el Presidente, con el que bailó en una fiesta antes de que lo fuera, no quiere estar  ahí, en el campo, viviendo una vida de provincias.
Y Adela sueña, como sueña el próximo hijo ¿será nena? que tiene en su vientre. Atesora la carta de Gardel, nada ni nadie se la podrá quitar. Un ruido de vidrios rotos la conjura hacia la cocina. Sobre las baldosas, negras y blancas en damero, se ha caído un frasco de sal. ¡Mala suerte! En el hotel nadie está levantado a esa hora. Y ella, se agacha, levanta su pollera y traza una gran cruz en la sal, y arroja, además una pizca por sobre el hombro izquierdo. Adela se acerca a la ventana, afuera está oscuro, sin embargo  puede ver desde ahí la silueta de algún caballo.
¿Pero quién, qué cosa tiró el frasco de sal al piso? ¿acaso será un alma en pena? Por las dudas, Adela reza, y también sueña. Sueña que un día se va de ahí a la gran ciudad, Buenos Aires.



Lejos de ahí, en el tiempo y en la historia, otra mujer investiga, intenta escribir una historia que la ha buscado. Es que las almas de los muertos no descansan, buscan, llaman. Las almitas en pena, ¿los angelitos?. Me detengo en el frasco de sal, le pido al mozo, por favor que lo traiga. Quiero comer una omelette con sal, ahí, en el café, mientras escribo esto.



Hacia atrás, en el tiempo, Carlos Gardel se hace lustrar los zapatos en una esquina. Con las manos manchadas por el betún, el lustrabotas canta. En otro lugar de la ciudad, Roberto Arlt escribe rápido una de sus aguafuertes. Teclea, intuye que no le queda mucho tiempo ¿tal vez diez, quince años? En otro café, Jorge Luis Borges recuerda palabras de Rafael Canssinos Assens y las comenta a  algún interlocutor, tal vez un poeta.
 
 
(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados
 
imagen: fotografía del Café de los Angelitos - vista lateral desde la calle (c) Araceli Otamendi

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