lunes, 20 de mayo de 2013

La carta de Gardel - novela (fragmento)





Escapar de un recuerdo podía ser más difícil que haber escapado de lo que
la oprimía como una maldición en la gran ciudad.
Escapar del recuerdo de Guillermo, omnipresente durante mucho tiempo en la vida de Mary, seguramente era muy difícil. Hasta aquí, suposiciones. Fuí a ver a Julio ni bien llegué a la estación de ómnibus. Las cuatro horas del viaje se habían pasado rápido, mirando el campo, los árboles, los silos, los altares del Gauchito Gil proliferaban como caracoles en la llanura. Como siempre, en la estación, un perro dormido al sol, en la vereda, algunos transeúntes caminaban despacio. Sabía que él  había vuelto a dar clases de tango en dos o tres lugares del pueblo y me fuí para uno de ellos. Supuse que estaba ahí. Un café grande, con muchas luces en el techo, un lugar para ver el espectáculo musical que se ofrecía por las noches  y mucho espacio para bailar. Como siempre, en cualquier pueblo de provincia había ahora un lugar así.
Julio estaba sentado en una mesa cerca de una ventana leyendo el diario. Eran las once de la mañana y entré al bar. Al fondo había unos tipos sentados contando algo, seguramente
hablarían de fútbol. A pesar del cartel que indicaba la prohibición de fumar había en el aire algo de olor a humo, tal vez restos de la noche.
Busqué una mesa cerca de donde estaba Julio, me dejé puestos los anteojos oscuros, y le pedí a la camarera un café doble cortado. Julio, el profesor de tango y amigo de Mary seguía leyendo ensimismado. Los hombres, en el rincón del bar se divertían, al parecer, con alguna anécdota. También había un televisor, emitía imágenes casi sin sonido.
La camarera era una chica joven, tendría unos veinte años, el pelo castaño oscuro atado atrás, la cara casi sin maquillaje, seria.
Pensaba cómo encarar una conversación con Julio. Parco en palabras, Mary me lo había dicho. Si quiere saber de mi, alguna vez que no me encuentre, pregúntele a Julio.
Cuando Julio levantó la vista un momento, me quité los anteojos, entonces hizo una señal de reconocerme. Me había visto conversando con ella en algún bar del pueblo.
¿Me diría algo de Mary? ¿Cómo era ahora su relación con ella? ¿Todavía existía algo, una amistad? ¿podía saber algo? ¿Seguir por este lado la investigación me conduciría a encontrar alguna pista, algún  misterio? Hojas amarillas circulaban por la vereda de baldosas angostas, los árboles tenían todavía algunas hojas.
Le pregunté a Julio primero por las clases de tango, quería tomar algunas, dije. Puede venir esta noche, a partir de las ocho, contestó.
Después de eso, fue más fácil seguir preguntando. Julio era un tipo simpático, amable pero parco en palabras. Seguramente con el baile tendría otro lenguaje. De alguna manera la entendía a Mary, sus escapadas, sus viajes. El no dar explicaciones, irse del pueblo cuando ¿se sentía cansada? ¿cómo saberlo?
Hasta aquí sabía que Julio sabía que Mary no estaba en el pueblo, se había ido, ¿adónde? era difícil saberlo.

        -Yo no la buscaría - dijo él
        - ¿Por qué no?
        - Cuando Mary quiere irse no deja dicho adónde va.
        - ¿No podría haberle dicho a alguien adonde iba?

Julio se quedó pensando durante unos momentos. La mirada era enigmática y tenía una expresión seria. Miraba las paredes del bar, miraba fijo un retrato de Gardel y su mirada se desplazaba después hacia algunas fotografías enmarcadas de personas bailando tango en ese lugar.  
-          Le diría que Mary va a volver en cualquier momento, cuando tenga ganas – respondió. Y después agregó:
-          A lo mejor se fue a buscar luciérnagas…

           Julio tenía sus códigos, como cualquiera. Tenía ojos oscuros, brillantes, sin
agresividad. Por algo Mary me había hablado tanto de él. Y una mujer como Mary, casi no contaba nada de su vida, ni hablar del amor,  excepto su relación tan opresiva, tan tensa e intensa como la que tuvo con Guillermo y la hizo decidir dejar la gran ciudad. Como una maldición. Eso me lo había contado alguna vez. El por qué estaba ahí en ese pueblo, por qué había cambiado tanto su vida. Quería ser libre como los pájaros, dijo.
Porque seguramente Mary sospecharía que el amor  por otra persona es una forma de esclavitud, ya lo habría vivido  y por eso dejó todo como lo dejó y se vino al pueblo. Suposiciones, tal vez.
             

           No le contesté. Pagué el café cortado y le dije a Julio que volvería a tomar clases de tango esa misma noche. Antes tenía que ir a la casa de la señorita Ana, mi clienta.  Me había llamado a la oficina, en Buenos Aires.
Era algo imperioso, necesario que fuera a su casa.  Tenía que decirme algo. ¿Cómo saber si lo que me iba a decir  tenía alguna importancia? Hasta que no se terminara la investigación no tenía ninguna certeza de haber encontrado la carta de Gardel. Y una vez más el enigma, Mary, esa mujer de la que nadie parecía saber nada o casi, esa mujer que guardaba los recuerdos y al mismo tiempo se escapaba de ellos como si no quisiera recordar ni saber . O tal vez algo nuevo había despertado en ella el interés, y por eso se había ido. Me había hablado alguna vez de su afición a las plantas, a tener un nuevo jardín, una nueva casa. 

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados 

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