miércoles, 16 de noviembre de 2011

La carta de Gardel - novela - (fragmento)




Esta vez el viaje era de día. A más tardar llegaría al pueblo a eso de las tres  de la tarde, pensaba.
La luz del amanecer me impedía dormir, en el ómnibus me dedicaba a mirar el paisaje: el campo, los animales, algunos silos, los tractores trabajando. Después de la Basílica de Luján, ese imponente edificio gótico, enseguida a un lado y al otro del camino se podía ver el verde de los pastos y los sembrados. Y también empezaba a ver altares del Gauchito Gil. Muchos altares, grandes y chicos, con sus banderines rojos, con velas, ofrendas, algunos al borde del camino, otros, más retirados, como pequeñas ermitas, muestra de religiosidadpopular. Era curioso ver esos altares del Gauchito, no se veía  a nadie arrodillado ahí, y sin embargo las velas, los pequeños objetos como ofrendas eran huellas de fervor y presencia. Esta vez iba al pueblo  con otro asunto para investigar, además de la carta.
Mary me había llamado por teléfono. En el laboratorio donde trabajaba, habían descubierto un desfalco. No querían dar el asunto a publicidad pero querían saber quién o quiénes estaban detrás de eso.



Faltan cinco minutos para las seis de la tarde y suena el teléfono. Mary atiende, intuye el destino de la llamada. El conmutador enciende las luces, ya está acostumbrada. Nelly, la contadora, seguramente
dirá que no va a atender. Es ella la que determina quién entra y quién sale en la empresa. También a quiénes se atiende y a quiénes no.

- Nelly, ¿le paso una llamada?

- ¿Quién es?

- Un tal Rubén, dijo Rubén - así dijo.

- No sé quién es - preguntále el apellido y el motivo de la llamada, se oyó por el conmutador.

Mary pensaba que seguramente, aunque el tal Rubén le dijera el apellido, Nelly tampoco lo iba a atender. Nelly estaba demasiado cansada, demasiado harta, como para atender una llamada un viernes, a esa hora.

- Giménez - dijo. - Rubén Giménez

- Decile que no estoy, que no existo.

Mary le contestó al hombre que la señora Nelly se había retirado ya de la empresa. No hubo respuesta del otro lado del conmutador. Mary miró la hora, eran las seis y cinco y pensó que faltaba poco para la clase de tango. Tenía los zapatos en una  bolsa, no haría falta que se fuera a cambiar a la casa.

Cuando se había preparado para salir, la voz de Nelly en el conmutador la llamó:

- ¿Estás ahí, Mary?

- Sí, sí, estoy, todavía estoy.

- ¿Podrías venir un minuto?

- Sí, sí, claro.

Nelly estaba sentada en su escritorio. Afuera la ventana, los árboles del patio. El escritorio de Nelly no estaba mal, era grande. Ella tenía muchas obligaciones ahí en el laboratorio.


- Si tenés tiempo, te quiero contar algo.

- ¿Qué cosa? - dijo Mary

- Una confidencia. - ¿Querés un café?

- Bueno - contestó Mary, pensaba que se hacía tarde para llegar al bar, a la clase de tango.

- Yo te lo traigo . Nelly fue hasta la máquina de café y sirvió el líquido en dos vasos de plástico y los trajo hasta el escritorio.

- Ese hombre, que llamó hoy, nunca me pases una llamada de él.

- Está bien - dijo Mary

- Otro día te voy a contar por qué te digo esto.

Mary asintió. En realidad no tenía ganas de escuchar confidencias, lo único que le interesaba era ir a bailar. Ya había cumplido el horario durante todo el día. Había sido una secretaria perfecta desde las ocho de la mañana. Ahora venía el fin de semana.
- ¿Tenés un ratito más? - dijo Nelly
- Sí, si quiere puedo quedarme un rato más.

- Tomá, aquí tenés el café. - Mirá, vos todavía sos joven, y te parecerán raras ciertas cosas que escuches o veas. Pero yo, quiero que lo entiendas, estoy de vuelta de muchas cosas. Nunca se está de vuelta del todo, eso es así, hasta la muerte, creo yo. Pero ¿sabés por qué no lo atendí a este Rubén que llamó?

- No

- Porque nunca llama ni se acuerda de mí  y ahora que llamó estoy segura de que necesita algo. Y eso es usarlo a uno. Y no tengo más ganas.

- Está bien - contestó Mary sabiendo que llegaría tarde a la clase de tango.
- ¿Cuándo llega esa amiga tuya, la investigadora?
- Ya tendría que haber llegado - afirmó Mary, sin saber que el ómnibus que traía a la detective al pueblo había pinchado las gomas en dos oportunidades.



Cuando  Mary salió a la calle, se veían hombres y mujeres caminando, paseaban, había muchos autos.
Caminó por la calle hasta la segunda avenida. Faltaban pocos minutos para iniciar el fin de semana, como a ella le gustaba, bailando.

(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados

imagen: foto tomada en la Casa Museo de Carlos Gardel (c) Araceli Otamendi

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