domingo, 8 de enero de 2012

La carta de Gardel - novela - (fragmento)


Forcejeaba con las  sábanas, el sueño no la dejaba descansar. Mary se tocó el pelo lleno de espuma, de champú, chorreaba agua. Quería lavarse la cabeza enseguida. No podía hacerlo, el teléfono estaba sonando ¿sería él? Salió del baño enjabonada y atendió, no había ninguna voz, sólo el tono. Se despertó sobresaltada. ¿Era o no era Guillermo el que había llamado? ¿el teléfono había sonado realmente? ¿o lo había soñado? Miró el reloj de pared, en la cocina: las dos de la mañana. Podía ser. Se miró en el espejo, toda una pared, del living y único ambiente donde vivía. Tenía el pelo seco, y también la piel. Y sin embargo el sueño decía otra cosa. Ahora estaba despierta, se prepararía un café. Seguramente no iba a poder dormir más. Con la taza de café humeante, el televisor al mínimo empezó a recordar los
episodios del día anterior. Su día de oficina, el extraño pedido de Guillermo:

- María

- Sí

- Tengo que pedirte algo

- .....

- Salgo de viaje por un par de días

Mary lo había mirado con curiosidad. Y también con alivio. Aunque tuviera que seguir trabajando, esos dos días serían vacaciones.

- Me tomo un par de días, viajo a Uruguay.

- ¿Qué necesita?

- Aquí abajo, en el escritorio, último cajón, hay unas fotos. Quiero que las ordenes.

- ¿Hay que preparar alguna carpeta?

- Son fotos mías, personales. Ahora me voy a una reunión. Fijate que se terminó el agua Evian. Quiero dos botellas, agua fría, bien fría. Y el café anterior, era un asco ¿dónde lo pediste?

Se había dado cuenta. El mozo del café habitual  no había podio venir . Había tenido que llamar a otro café de la zona.

- Está bien - dijo Mary. A la noche podía ir a bailar a una  milonga cerca de la calle Corrientes. Había que cambiar, de vez en cuando, para no encontrarse con los mismos de siempre. Para eso Buenos Aires tenía sus ventajas, no como en el pueblo donde los que bailaban tango y milonga eran las caras repetidas que uno podía encontrar en la plaza, cruzando la calle, comiendo en un restaurant, en todas partes.
Tal vez esta noche Julio estuviera en Buenos Aires dando clases de tango salón.
Guillermo puso el aire acondicionado al máximo, como lo hacía siempre antes de salir. Dio un portazo y se fue.

Mary vio a Guillermo, a la distancia, caminaba rápido, como todos, cerca del asfalto. Miraba
la ciudad, por la ventana, desde el piso veinte, durante unos momentos era feliz, así, sola, con todo el espacio a su disposición, sin recibir órdenes ni pedidos del jefe. Los edificios altos, las torres, el río lejos detrás. En una terraza de un edificio más bajo, se veía un rectángulo azul, una pileta de plástico llena de agua  y un niño que jugaba adentro bajo la mirada atenta de una mujer en short y remera. Un pequeño paraíso. Se sentía ridícula, a veces, con esos vestidos de seda, con esos palazzos y collares con que se adornaba para salir de su casa a las seis de la mañana. Una vida tan distinta desde que estaba ahí.

Sonaba el teléfono incesantemente, mientras atendía abrió el último cajón, el que le había indicado Guillermo. Ahí estaban las fotografías.


(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados

foto: fotografía del Museo Casa de Carlos Gardel - (c) Araceli Otamendi

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