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viernes, 20 de enero de 2012
La carta de Gardel - novela - (fragmento)
Son casi las dos de la tarde cuando llega al pueblo. El ómnibus la deja cerca del hotel. No va a ir a su casa, la casa que dejó para irse a Buenos Aires. Vivirá unos días en el hotel hasta que pueda alquilar un departamento. A esa hora el pueblo está casi vacío, casi desierto. Los perros duermen la siesta en la vereda. Casi todos los negocios cierran. Mary viste jeans, una remera blanca y zapatillas. Luce anteojos oscuros. Soy una mujer nueva, piensa, imagina. Ha dejado la ropa de marca en el placard del departamento. ¿Qué hará con toda esa ropa? Ese placard queda lleno de cosas, alguien tendrá que enviármelas. No quiero volver, piensa. Y sin embargo, sí, tendría que volver, ordenar vestidos, pantalones, zapatos, carteras, papeles. Sería un poco ordenar la vida misma.
La señora Nelly la está esperando cuando Mary toca el timbre de la empresa.
Mary se sienta frente al escritorio de ella, como antes, como cuando era la secretaria.
-¿Cómo estás?
- Bien ¿se nota?
La señora Nelly mira a Mary, hace un examen rápido del semblante de la mujer y dice:
- Voy a pedir a la cocina que te traigan el menú del día, bife con puré de calabaza, te va a gustar.
- Sí - contesta afirmativamente pero no está tan segura. ¿Qué trabajo tendría que hacer ahora?
- Quiero que comas, que te sientas bien. Después, más tarde, vamos a hablar de tu nuevo puesto.
Nelly es una mujer que puede desarmar a cualquiera. Elige el menú que se va a comer cada día en la empresa. Reconoce miradas, gestos, tiene una gran intuición y hasta parece adivinar lo que uno piensa.
El nuevo trabajo de Mary es menos estresante que el de ser secretaria de un director, de un hombre como Guillermo. Con Nelly no hay malentendidos, ni textos con espacios en blanco y mensajes ambiguos. Nelly sabe dirigir la empresa. Mary va a trabajar con Nelly en la coordinación de varios sectores del laboratorio.
En otro lugar del pueblo, la señorita Ana se dedica a ordenar la casa, como siempre. Ya ha regado las plantas, le ha dado de comer a todas las mascotas, y se dedica, sentada en una reposera a investigar el jardín: una fila de hormigas sale de un pequeño montículo y va subiendo por una pared entre las hojas verdes de la enredadera. Los picaflores buscan el néctar de las flores más llamativas, a la hora de la siesta. La señorita Ana va de una cosa a la otra, como si estuviera almacenando mentalmente lo que puede disfrutar todavía y lo que aún le queda por conseguir, por recuperar, entre ellas la carta de Gardel.
Algo interrumpe esa tranquilidad, esa monotonía, es el ruido de una Harley-davidson que se
acerca, es tal vez la moto de Julio.
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foto: Café de los Angelitos, desde la calle (c) Araceli Otamendi
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