lunes, 16 de enero de 2012

La carta de Gardel - novela - (fragmento)


Yo había comido, serían las diez de la noche. Sonó el teléfono y atendí. Era la voz de Mary:

- Hola

- Soy Mary. Tengo que hablar con usted, tomé una determinación.

- ¿Con respecto a qué, Mary? Hablaba agitada, se le oía el tono de voz, parecía apurada.

- ¿Podemos hablar esta noche? personalmente

- ¿Qué es lo que pasa?

- Mañana me voy al pueblo. Vuelvo a trabajar en el laboratorio, ya hablé con la señora Nelly. Dejo el trabajo aquí, no puedo más. Voy a tener otro puesto, no de secretaria.

- ¿Problemas?

- Sí, demasiados.

Hablamos hasta las tres de la mañana, en un bar bien iluminado. Había hombres y mujeres, jóvenes, y no tan jóvenes. Mientras Mary me iba contando la historia que la había llevado a dejar el puesto que hasta el día de hoy tenía en esa empresa, yo me dedicaba a escucharla pero además a mirar las caras. En general eran caras alegres, distendidas, caras de personas que conversaban, o que miraban las imágenes de los televisores instalados en el bar.
La perversidad puede vestir muchas ropas, muchos maquillajes, la historia sufrida por Mary era
una historia de perversidad. Yo conocía muchas, había investigado varios casos así, donde las víctimas
eran mujeres.
La dejé hablar, había venido vestida con un jean, una camisa y un pullover atado en la espalda, sin maquillaje.  Una vez más escuchaba una historia de perversidad.

- Estaba harta de tener que involucrarme en su vida privada - dijo Mary.

- ¿Por qué lo hacía?

- Era su secretaria. Tenía que saber ciertas cosas, atender llamadas, acompañarlo a reuniones.
Era inevitable que conociera ciertas cosas de la vida de Guillermo, además de los detalles del trabajo y de la empresa.

- ¿Le molestaba eso, Mary?

- Podría no haberme molestado. Pero el trabajo para mí es muy importante y ser la secretaria de Guillermo me obligaba.  No estoy acostumbrada a seguir a un hombre como Guillermo. A atender sus caprichos, su agua, su café, sus pedidos insólitos como el de las fotografías, conocer a sus amigas, su vida privada. Soy una mujer de provincia, usted sabe, conoce mi pueblo,  no me voy a acostumbrar nunca a la vida de la gran ciudad, ni tampoco a ser la secretaria de un director, de alguien como Guillermo.

- ¿A qué hora viaja?

- A las 9 salgo en un ómnibus para el pueblo.


                   Nos despedimos, ella subió a un taxi y yo a otro. Sabía que lo que me había contado Mary no era todo. Conozco muchas historias de mujeres que se dieron contra la pared en que se golpeó Mary.
Mujeres que se dejan encandilar por hombres como Guillermo: atractivos, inteligentes, tienen muchas cualidades. Al principio pueden ser el amigo, el novio, el amante, el marido, el jefe. Ellos ejercen un poder sobre ellas. Ellas se vuelven sumisas, dependientes. Después la relación se tornará insoportable.

 (c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados

foto: Café de los Angelitos, desde la calle (c) Araceli Otamendi

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