lunes, 2 de enero de 2012

La carta de Gardel - novela - (fragmento)


Hacía poco más de un mes que Mary era la secretaria de Guillermo, uno de los principales directores del laboratorio. Había dejado el pueblo no sin ciertas dudas. Y estaba en lo cierto. La nueva vida que le esperaba en Buenos Aires distaba mucho de su vida anterior, en ese pueblo de la provincia de Buenos Aires tan distinto a la gran ciudad.  Mary no conocía a casi nadie aquí, salvo a sus nuevos compañeros de la empresa, y ya había ido a bailar tango y milonga a un lugar, uno de tantos donde se baila.
Tampoco tenía amigas y la vida que llevaba entre su trabajo en la empresa, atendiendo todo el día los llamados del director, recibiendo órdenes, llevando la agenda a veces sin hora de salida, la habían vuelto irritable. Pero una de las verdaderas razones por la que se había ido del pueblo había sido la muerte de sus perros. Los dos perros, esos que había adoptado y a los que le tenía gran cariño habían aparecido muertos en la vereda. ¿Quién podría haber hecho algo así? Eso y el repentino ofrecimiento del director de trabajar como su secretaria en Buenos Aires la convenció y tomó la decisión. ¿La señorita Ana tendría algo que ver con la muerte de los perros? ¿Y el sobrino? ¿Por qué existía tanto odio entre ella y la señorita Ana? ¿y si hubiera sido alguien del laboratorio donde ella trabajaba?
Ahora su vida tenía otro calibre, su jefe, Guillermo, tenía otros gustos, y ella debía atender las ocurrencias de él, que a veces se tornaban imposibles, insoportables.
Como cuando, al segundo día de llegar a Buenos Aires, el jefe la llamó para decirle por qué no estaba la botella de agua mineral Evian sobre el escritorio. Mary lo miró interrogándolo y él enseguida se dio cuenta que no le había dicho nada, que no le había avisado.  Todos los días el agua Evian tenía que estar, sobre el escritorio de él, cuando llegara, además del café, que no sería el de la empresa. Además, Mary, cuando él estaba distraído, se dedicaba a observarlo. Guillermo era un hombre elegante, buen mozo, joven, se cuidaba mucho en la comida. Necesitaba que lo atendieran permanentemente, que
lo asesoraran. Mary  debió cambiar su estilo,  comprarse ropa, nueva, de marca, era necesario vestirse ahora de otra manera. Una gran parte de su nuevo sueldo se lo gastaría en ropa, zapatos y maquillaje.
Por momentos, mientras ella escribía en la computadora alguna carta, alguna nota que él le solicitaba, se le aparecían los perros en la mente, jugando en el jardín, entre las madreselvas y los tacos de reina. Añoraba el jardín, el canto del gallo al amanecer, los ruidos de los pájaros. En ese momento se dedicaba a mirar por los ventanales del piso veinte de la oficina el río, los edificios, las cúpulas, los diminutos autos.

- María - la llamó , él, Guillermo, le decía María y no Mary.

- Sí

- A ver qué te parece esto - le dio un papel escrito a mano

Mary lo leyó. Era un poema. No sabía qué contestar, ella no leía poemas, casi nunca lo había hecho.

- Creo que está bien - dijo

- ¿Te parece?

- Sí - contestó

- ¿Qué poetas te gustan?

- Neruda - se le ocurrió

- Neruda, Pablo - contestó él, como si mordiera las palabras y la miró, escrutándola

- No sé mucho de poetas.

- No me hagas caso. El informe que te dí hoy tiene que estar terminado dentro de una hora, a las cinco tengo reunión ¿lo vas a tener?

- Sí - dijo Mary

- Así me gusta. - Ah, pedime un café, ya sabés adónde .

- Sí

Mary llamó por teléfono a uno de los bares más caros de la zona y pidió un café cortado para Guillermo.
Poco después de tomar el café, Guillermo se puso el saco y salió de la oficina. Antes subió el aire acondicionado al máximo.
Mary se quedó tecleando en la computadora, los dedos se movían rápido sobre las teclas y
cada tanto levantaba la cabeza para mirar por la ventana el río marrón, casi gris a lo lejos, los
edificios y los diminutos autos y colectivos que circulaban por la calle. Esperaba el momento
de salir de ahí para ir a bailar tango.

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados

foto: Escalera del Museo Casa de Carlos Gardel (c) Araceli Otamendi

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