martes, 1 de noviembre de 2011

La carta de Gardel - novela - (fragmento)


Mientras subía en el ascensor, luces y sombras se iban dibujando
frente al espejo. El viaje era largo hasta el último piso. Vivía en un
departamento chico, en un edificio antiguo, me bastaba con eso.
Encontré varias cartas.Una de ellas era de un amigo que avisaba vendría
a Buenos Aires en pocos días más. ¿Tendría tiempo de verlo? Aun no lo sabía.
La luz titilante y roja del teléfono anunciaba que había llamadas.
Varios días en el pueblo, investigando el tema de la carta de Gardel
habían hecho de mi casa un verdadero aquellarre. Cartas sin abrir,
cuentas para pagar, llamadas sin atender. Encendí la computadora,
y abrí los mails.
Había dos mensajes de Mary y uno de la señorita Ana. También
un mensaje de Julio, el profesor de tango.
Abrí primero el de mi clienta, la señorita Ana. Me agradecía la visita
y también el trabajo, pero, decía, los problemas continuaban.
El sobrino, Pablo, el adolescente que había quedado huérfano y ella criaba,
la tenía cansada. De recital en recital, de baile en baile. La última vez
había ido a ver al Indio Solari, había cantado en un pueblo cercano.
Vivía escuchando música encerrado en el cuarto. Poco la ayudaba. La rivalidad
con su vecina Mary crecía cada vez más. Esa mujer estuvo en la cárcel,
escribió la señorita Ana. Y usted tiene que saberlo.
Volví a leer el último párrafo: Mary había estado en la cárcel y en el pueblo
se comentaba eso. Había matado a un hombre y había salido en libertad,
la habían absuelto, había sido en defensa propia.
¿Podía ser cierto? Sí, tal vez, Mary tenía demasiado misterio en su vida
como para que eso también fuera cierto.
El correo de Mary y el de Julio quedarían para después. Ahora iba a prepararme
un café doble, cortado con una gota de leche. Y una medialuna. Pero la medialuna
tendría que esperar. Era demasiado temprano y la panadería aún no había abierto.
La señorita Ana era una mujer con cara de pájaro y manos de jardinera. Tenía la
piel demasiado curtida por el sol y a veces usaba un sombrero. Mary tenía una cara
alargada como un retrato de Modigliani, pelo y ojos oscuros. La piel lisa y blanca,
como si nunca tomara sol.
Me senté en la alfombra, bastante deshilachada, con la taza de café humeante y me quedé mirando por la
ventana cómo amanecía. Algunos pájaros ya habían empezado a cantar...
Abrí una de las cartas que estaban en el piso. La letra parecía de un hombre.
La leí rápido. Era de una mujer. Temía que el marido la abandonara, la dejara en la calle,
sin nada, le escondía cosas. Ella le había descubierto una cuenta secreta. Y también otra mujer.
Me preguntaba qué debía hacer.

Ahora tenía un nuevo caso para investigar.

(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados

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