miércoles, 24 de septiembre de 2014

La carta de Gardel - novela - (fragmento)

 

Me parecía mentira ¿o tal vez, no? que todo hubiera pasado tan rápido. Ahora estaba en el aeropuerto de Ezeiza despidiendo a mi clienta. Ella vestía de negro y estaba muy elegante con su traje de marca y sombrero también negro. Es que iba a aparecer así, de luto, como correspondía, delante de la familia del marido cuando llegara a Heathrow.
En tres meses había ocurrido todo: ella se había casado por poder con ese hombre que poseía una fortuna considerable, como averigüé cuando tomé el caso. El hombre lo que quería era escapar de su familia - hijos, hijas, nueras, yernos,  nietos - y tener una nueva mujer y un nuevo hogar en la Argentina. El sueño se le cumplió pero el matrimonio no llegó a durar dos meses. Mi clienta me llamó desesperada una noche: él había muerto mientras dormía. ¿Y ahora? La familia de él se había opuesto a que se casaran y a que él viajara a vivir con su nueva mujer. Sin embargo, se habían casado contra viento y marea. A ella le esperaba un juicio, seguramente, me dijo. La habían tratado por carta como una embaucadora y cazafortunas. La despedí en el aeropuerto, ella tenía una lágrima en el maquillaje, se veía la máscara algo deteriorada. El cadáver de él había partido en un avión antes, después de una serie de trámites,  rumbo a Inglaterra. Me dije a mí misma que en el mundo ocurrían cosas muy extrañas como las de esta mujer. Era ambiciosa y se hubiera casado con un hombre de fortuna aunque él hubiera tenido 110 años.
No pude sonreir siquiera, como si estuviera contando una historia con humor negro. Al salir del aeropuerto, recibí un mensaje de Mary. Quería hablar conmigo. Tenía algo que decirme. Decidí no comentarle nada de este caso. Mary tal vez podría contárselo a alguien, aunque lo dudaba, no era una mujer chismosa y esa era una virtud.

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados

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