lunes, 9 de junio de 2014

La carta de Gardel - novela (fragmento)



¿Sería posible ahora saber algo más de la vida de Mary? Ahora que la señorita Ana ya no era más mi clienta, porque la señorita Ana estaba muerta. Había tenido un accidente doméstico. Se había caído desde la escalera, acomodando algunas cosas. La señorita Ana siempre buscaba cosas viejas, vivía ordenando. Sin embargo, mi trabajo no se había terminado. La señorita Ana había dejado instrucciones por escrito y fue Pablo, su sobrino, quien me las entregó la otra mañana. Era una especie de legado, a cada uno de sus conocidos, le dejaba algo encomendado. La señorita Ana me encomendaba seguir buscando la carta de Gardel, aunque ella estuviera muerta. En caso de encontrarla, debería hacerla pública. Pablo, aseguraba no entender por qué su tía se empecinaba tanto con esa carta. Y también dejaba dinero. Un dinero que debería usarse exclusivamente para continuar la búsqueda. La señorita Ana legaba todos sus bienes a Pablo, y para algunos de sus conocidos, había escrito una carta. La mía estaba en un sobre cerrado. En el exterior del sobre, había escrito mi nombre. Después de recibir el llamado de Pablo, tuve que viajar nuevamente al pueblo y encontrarme con él. La carta de la señorita Ana era breve. La leí en su casa, delante del sobrino, quien me miraba atento:
"No deje de buscar la carta de Gardel, es algo importante, muy importante. Sé que puede parecerle extraño que se lo encomiende después que me haya muerto. Pero es un legado de mis ancestros. No puedo permitir que cualquier mujer se quede con ella. La carta de Gardel, cuando la encuentre, deberá hacerla pública. Dejo dinero específicamente para que continúe con su trabajo".
En realidad era un trabajo muy extraño: la búsqueda de algo que ya pertenecía al pasado, al pasado de una mujer que estaba muerta. Una carta que había pertenecido a alguien más, que tampoco vivía.
Pensaba en lo que podría decir Mary cuando se enterara. Pensaba durante el viaje que hacía mientras iba a encontrarme con ella. Mary, una vez más.

Estaba escribiendo en un bar cuando la encontré. Nos habíamos citado ahí. Parecía ensimismada en la escritura, cerca de una ventana. Me acerqué despacio y antes de llegar a la mesa, levantó la mirada del papel donde escribía y me miró.
- ¿Tenía que decirme algo?
- Sí, vine para eso...
- Yo también tengo que decirle algo...
- La señorita Ana, mi clienta, murió.
Mary me miraba, como si ya conociera la historia, tal vez sí lo sabía. Se quedó callada mientras le relaté lo que me había contado Pablo, el sobrino de la señorita Ana. Después frunció el ceño y me miró:
- Seguramente todos los papeles que guardaba la señorita Ana estarán en su poder...
- Todavía no, sé que ella guardaba muchas cosas.
- Sí, Ana era una acaparadora de cosas ajenas, de historias ajenas, se metía donde no le importaba. Pero a ella sí, todo parecía importarle. Debería haber leído Historia antigua, haberse interesado por la Historia y no por las historias de los demás...
- Ya es tarde ¿no le parece? para decir eso, para pensarlo...
Mary se quedó callada. Parecía haber construido un muro invisible, de silencio entre ella y yo. Mientras pedía un café al mozo, ella se puso a mirar por la ventana del bar. Era un bar viejo, reciclado, luminoso, revestido en madera y con cuadros de fotografías.  ¿Qué historias ocultas tendría Mary? ¿Y si ella tuviera de verdad la carta de Gardel?
El mozo trajo dos cafés. Como siempre, lo tomé sin azúcar. Mary le puso a su café medio sobre de edulcorante.  Entonces Mary volvió a hablar:
- Tenía que hablar con usted pero por otro motivo.
Miré a Mary, parecía preocupada, o tal vez quisiera demostrarme que estaba preocupada por algo más que una carta.
- Hablar conmigo ¿sobre qué cosa?
- José, mi ex marido, apareció después de muchos años.
- ¿Qué fue lo que pasó?
- Nos habíamos peleado. Un día José se fue de viaje y no volvió. Se fue durante más de veinte años. Y el otro día, apareció.
Ahora entendía por qué Mary tenía esa cara.
- ¿Le guarda rencor?
- No, rencor no. Es algo distinto, extrañeza, no sé.
- Entiendo...
- No, usted no puede entenderme...
En realidad desconocía esa historia, no sabía nada del ex marido de Mary, ni de su vida anterior, que ella me había contado. Pero ella parecía otra persona ahora, tenía una nueva actitud. Parecía querer callarse más que contar.
- ¿Y cuál es el problema, Mary?
- José es otra persona ahora, y yo soy otra ¿le parece poco?
No tenía respuesta, por ahora. No conocía a José, no tenía la menor idea de quién podía ser. Sólo sabía que podía ser  algo así como Wakefield, el personaje de Nataniel Hawthorne, ese hombre que se fue de la casa con el pretexto de un viaje  y no volvió sino  hasta muchos años después, pero mientras vivía en una casa cercana sin que nadie lo supiera.  Era inverosímil pero podía ocurrir ¿por qué no? El autodesterrado Wakefield y José tenían algo en común.

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados






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