jueves, 11 de julio de 2013

La carta de Gardel - novela (fragmento)



Me puse a mirar por la ventana, una de las ventanas del bar. Había pasado la tarde escribiendo en un cuaderno, miraba los pájaros cómo volaban de vereda a vereda, las hojas de los árboles se arrastraban y se arremolinaban por el viento. En el lugar había dos personas, hombres solitarios con cara de gastados, miraban las imágenes de un televisor. Uno de los vidrios de las ventanas estaba levantado y me dio frío. En el cuaderno había anotado algo, unos dos meses atrás. No sabía por qué ni cómo ni quien me lo había inspirado. Era un sueño. Y eso me daba miedo, me daba miedo ahora, porque el sueño se había cumplido. El extraño del sueño había aparecido ahí, en ese lugar. Mamá siempre decía que yo sabía cosas que los demás no sabían. Y ella también. Ella y yo también teníamos premoniciones, casi siempre se cumplían. Además, yo sabía leer muchas cosas en el rostro de una persona. A veces, sin que hablara, sin que pronunciara una sola palabra. Guillermo, que me conocía esa habilidad, me pedía siempre que fuera con él  a las reuniones, y después le dijera qué era lo que me parecía. Y yo le daba mi opinión, y casi nunca me equivocaba. A Guillermo le gustaba fantasear mucho, decía que él también podía leer cosas en el rostro de  las personas. Y eso era cierto, en parte. Pero él se  precipitaba y me decía: vos me tenés que frenar. El extraño se sentó en una mesa  de una esquina del bar. Pensé en irme enseguida. Pensé, como en el sueño, que tenía que emprender un viaje, llegar a algún lugar. Llamé al mozo, pagué los cafés que había estado tomando, guardé el cuaderno en un bolso, salí a la calle y empecé a caminar. Las luces de los negocios habían empezado a encenderse. Estaba oscureciendo.

(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados


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