lunes, 23 de julio de 2012

La carta de Gardel - novela - (fragmento)



Alejandro tenía algunas veleidades, algunos caprichos, que no tenía Guillermo. Así dijo ella, Mary, A Alejandro le gustaba que lo escucharan, le gustaba dar consejos a las mujeres, a las empleadas de la empresa. ¿Y a usted le dio alguna vez alguno? No, contestó,
porque yo nunca se los pedí. En cambio sí tuve que escucharlo muchas veces, pero se ve que todo fue inútil, muy inútil.
Estábamos en el bar de un shopping, ella me citó ahí para hablar. Era un lugar relativamente céntrico y muy transitado, cualquiera que nos estuviera viendo conversar pensaría en dos amigas que se encontraron a tomar un café por la tarde. Sin embargo, ella seguía siendo una
pieza en la investigación de la carta, una incógnita  y la seguía observando, mientras la escuchaba atentamente.
Algo me decía que estaba en lo cierto, que escucharla, investigarla era el camino indicado.

- Alejandro volvió de viaje y me trajo esto, dijo, mostrándome una cartera que debería costar lo mismo que ganaba Mary en todo el mes.
-¡Qué bueno! dije. Sin embargo, Mary parecía enojada.

En realidad sí estaba enojada. No entiendo, dije. Es que me trajo una cartera igual a la que yo me había comprado cuando él se fue de viaje. No lo entendía, nunca pude entender por qué una mujer que trabajaba como secretaria hacía esas cosas. ¿Y entonces? Nada, ahora tengo dos carteras iguales y guardo un secreto, uno de tantos. ¿Cuál?
Ella bebió un sorbo de café y continuó:

- Alejandro se va a divorciar y va a casarse con otra mujer.

- ¿Eso la afecta?

- Para nada. Alejandro no es mi tipo, va a hacer una locura, no me gustan las personas que con sus locuras destruyen familias, sólo trabajo con él, nada más. Tiene cuatro hijos.

Me quedé callada. ¿Por qué me estaba contando todo esto?

- ¿Sabe algo?

- No

- Lo presentía



- ¿Le preocupa la vida de Alejandro?



- En realidad, no, puede hacer lo que quiera.



- ¿Y qué es lo que presentía?



- Que Alejandro andaba en algo, en otra cosa, llegaba a la mañana cantando un tango, "Esta noche me emborracho..." a los gritos, casi. Venía muy bien vestido, demasiado alegre...

- ¿Y entonces?

Alejandro se casa con una empleada de la empresa, una chica de veintidos años y se va a una sucursal, en otro país.

- Ah, eso era lo que la tenía preocupada.

- Si, porque el puesto que tengo no va a ser el mismo. O me quedo en Buenos Aires como secretaria de otro director o me vuelvo al pueblo.

Esta mujer no tiene ancla en ningún lado, pensaba. ¿Y qué haría otra vez en el pueblo?
¿Y nunca pensó en la independencia, en no ser la secretaria de nadie? le pregunté. La pregunta quedó en el aire, era demasiado tarde, el bar del shopping estaba casi vacío. Pagué la cuenta y nos fuimos. Al salir, las luces de la calle se reflejaban en  las vidrieras de los negocios, las bolsas de residuos se apilaban como grandes hipopótamos.

(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados


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