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martes, 3 de abril de 2012
La carta de Gardel - novela -fragmento
Julio ya tenía planes, se iba de gira por las provincias con un show de tango. Y una mujer que lo acompañaba como pareja de baile. Eso había dicho. ¿Sería cierto? ¿era importante? ¿cómo saberlo? Mary dejaría pasar el tiempo, no podía pensar en otra cosa más que en su vida. La muerte sorpresiva de Guillermo, el cambio de vivir en la gran ciudad al pueblo, una nueva casa y de vuelta al lugar de trabajo anterior. ¿Y ahora qué? se preguntaba. ¿hasta qué punto Guillermo no estaba presente? Era necesario seguir con algo ya empezado, tener alguna continuidad. Seguir bailando tango, milonga, aunque Julio no estuviera en los lugares que ella frecuentaba siempre. Y ahora, recapitulando, mientras se encaminaba al trabajo le volvían los recuerdos de Guillermo. ¿Hasta qué punto los que se mueren nos abandonan? ¿hasta qué punto los abandonamos nosotros? Y ahora Julio, el profesor de tango, quien nunca había llegado a ser más que un amigo, también se iba. Pensaba que tal vez era mejor así, había llegado a ese extremo de tener que empezar todo de nuevo. Y había que tener humildad para pensar así, desde cero, una vez más. Dejarlo todo y empezar de nuevo. Se sentía rara, y algunas veces iba a tomar mate a la casa de artesanías. Estas no son de aquí, decía el dueño, vestido de paisano. Las encargo a otros pueblos. Y Mary se sentaba ahí, en una silla de cuero y miraba los anillos de plata, las pulseras, los ponchos, algunas chucherías. Le divertía escuchar al hombre contando esas cosas, esos chismes del pueblo, cosas tan distintas a las que hablaba con Guillermo en Buenos Aires. Todo ese frenesí que había vivido con Guillermo, esas horas en la oficina, atendiendo sus más mínimos caprichos, llevando su agenda, acompañándolo a reuniones, escuchándolo después de hora, tomando algo con él, hasta las mil y quinientas. Todo eso se compensaba ahora ahí, en ese lugar tranquilo, donde había olor a cuero y a lana de cabra, donde no tenía que preocuparse por ir al shopping a comprar los zapatos a la última moda.
¿Hasta cuándo resistiría en el pueblo? ¿hasta cuándo la seguiría el recuerdo? Y cuando escuchaba ladrar los perros se decía que ése era su lugar, le gustaba oír los ladridos, como una música, y el soplido del viento empujando ventanas, mirar las hojas secas en la calle, marrones, resquebrajadas arrastradas por el viento...
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imagen: fotografía tomada en el Museo Casa de Carlos Gardel (c) Araceli Otamendi
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Araceli Otamendi,
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novela policial
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