martes, 21 de febrero de 2012

La carta de Gardel - novela - (fragmento)


           Desprenderse de una mala relación cuesta. Y desprenderse de una mala relación en el trabajo cuesta mucho más. Si uno cree que la vida de uno depende de ese trabajo y de esa relación, se puede tornar imposible cortar con esa dependencia. Mary tenía que buscar la salida de la mala relación que tenía con su jefe, Guillermo, y la buscó. Primero quiso saber los motivos que la habían llevado a aceptar ser la secretaria de Guillermo cuando estaba muy cómoda en su puesto anterior, en la empresa del pueblo donde ella vivía. Fue así que consultó a una psicóloga. Y también a un médico. Habló mucho  contándoles su  mala experiencia. Guillermo se había apoderado de ella: de su tiempo, de su trabajo, de sus pensamientos. Iba a ser difícil, pero no imposible salir de ahí y con ayuda lo había logrado. No quiso decirle nada a nadie: ni a su amigo Julio, ni a las pocas amigas que tenía. Sabía que no la iban a entender. ¿Cómo alguien que había llegado a tener un puesto así, con el doble del sueldo que ganaba antes quería tirar todo por la borda? ¿qué le pasaba? Fue así que había planificado de a poco el cambio: hablaría con la señora Nelly, la contadora de la empresa y le pediría volver al puesto que ocupaba antes. No era posible, había dicho la señora Nelly. Tendría otro trabajo, distinto, tal vez
mejor para ella. Su nivel de vida - en apariencia - sería menor, pero Mary sabía que iba a ganar en otras cosas, tranquilidad, por ejemplo. Vivir en una gran ciudad como Buenos Aires, ya no le interesaba. Había conocido restaurantes de lujo, junto a Guillermo, bares sofisticados, se había comprado los mejores vestidos y trajes que había en los shoppings. Y también había conocido varias milongas y lugares nuevos donde se bailaba tango. Pero ya estaba harta. Tal vez no de todas esas cosas
que eran accesorias y que venían aparejadas con el nivel del puesto de secretaría de Guillermo, el director de un laboratorio de especialidades veterinarias que facturaba millones y millones.
Estaba harta de la mala elección que había hecho. Y también sabía que no iba a pasar el resto de sus días viviendo así, nada más que para el trabajo y para las ocurrencias de su jefe.
Lo mejor que se puede hacer cuando hay una mala relación de esa naturaleza, como la que Mary tenía con Guillermo, es no ver más a esa persona. No querer saber más. Cortar por lo sano. Y tal vez por eso, Mary había ido ese fin de semana a la posada, en medio de la naturaleza. Porque se había alejado de Guillermo cuando vino a vivir al pueblo y cuando cambió de trabajo, pero en su mente Guillermo  todavía estaba.

Ahora Mary se había sentado en el muelle, mientras algunos hombres y mujeres pescaban.  Sobre las tablas de madera del muelle, con la espalda apoyada en una de las barandas, Mary miraba el agua del lago. Eran aguas tranquilas, que se movían casi solamente cuando pasaba alguna lancha. El ruido del agua moviéndose apenas, le hacía bien a la mente. ¡Qué bien se podía estar con tan poco! pensaba. A solas con ella misma, vestida sólo con unas bermudas y una remera, descalza, la madera del muelle tibia por el sol la abrigaba. Qué bien se podía estar con una misma, cuando los pensamientos, iban aclarando la mente para alcanzar la paz en el corazón. Eso era todo lo que le importaba. Qué bien se podía vestir una mujer con sus pensamientos, sin necesidad que nadie le desvistiera el cuerpo o el alma. Sin necesidad de aceptación ni de depender de nadie.
¿Qué más hubiera necesitado Mary ese día? ¿Cuánto podía durarle esa tranquilidad?
Mientras ella continuaba sentada ahí en el muelle, el teléfono de la habitación había empezado a sonar una y otra vez ¿alguien dejaría un mensaje?

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados
imagen: Casa Museo Carlos Gardel (c) Araceli Otamendi

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