viernes, 3 de febrero de 2012

La carta de Gardel - novela - (fragmento)


La señorita Ana se dirigió decidida al jardín. En una mano sostenía una canasta de mimbre, en la otra una tijera de podar. En la boca de la señorita Ana se dibujaba una sonrisa cerrada y maliciosa. Era una tarde verdaderamente fantástica, con pájaros de pecho naranja y plumas marrones, cardenales, jilgueros, benteveos, horneros, colibríes, que producían verdadera música con su canto. Y todos estaban libres en los jardines.
Julio  seguía a la señorita Ana  con el mate y la pava con el agua tibia. La señorita Ana abrió la puerta de la cocina con alambre tejido para que no entren los insectos adentro de la casa  y caminó rápidamente hacia el níspero. El níspero era un viejo árbol que daba frutos cada verano. La señorita Ana no estaba muy de acuerdo en conservar el níspero en el jardín porque decía que ese era un árbol que traía muchas arañas. Sin embargo, los frutos eran ricos.
Julio se sentó en la reposera donde antes había estado la señorita Ana y le preguntó si quería que la ayudara. La señorita Ana respondió altiva, dijo que no, que no necesitaba ayuda y caminó hacia una pared medianera donde estaba la escalera de madera. Mientras la señorita Ana subía la escalera y se asomaba hacia la casa de los vecinos, Julio vertió un poco de agua en el mate. La yerba mojada rebalsó y Julio limpió el mate con la mano. Poco después se enjuagó la mano con el agua de la manguera que regaba las plantas.
La señorita Ana vio en el jardín de la casa vecina, donde antes vivía Mary  una pileta de plástico con un niño rubio de unos dos años adentro del agua. La madre, rubia y joven,  sólo vestida con una bikini jugaba con él. Los dos, el niño y la madre tenían la piel bronceada por el sol.  La señorita Ana sentía envidia de la escena.
Poco despúes la señorita Ana bajó y llevó la escalera hasta el níspero. Fue en ese momento en que sonó el timbre.

- Voy a atender - dijo Julio

- Sí, por favor - contestó la señorita Ana

Julio se asomó por la mirilla y vio a un hombre más o menos de la edad de la señorita Ana.

- Soy Hugo, el vecino de la otra cuadra - dijo

- Un momento - contestó Julio

La señorita Ana ya estaba al tanto de quién había tocado el timbre y estaba arrojando desde lo alto de la escalera los nísperos que arrancaba del árbol en la canasta. Entonces dijo, casi a los gritos:

- No le abras, ése ya vino a buscar nísperos la semana pasada.

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados
imagen: Café de los Angelitos, desde la calle (c) Araceli Otamendi

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