sábado, 25 de febrero de 2012

La carta de Gardel - novela - (fragmento)



     El teléfono sonaba insistentemente en la habitación de Mary, pero nadie lo escuchaba. Del otro lado de la línea, intentaba comunicarme con ella. La llamé varias veces a la posada y la respuesta era siempre la misma: la señora Mary no está en la habitación ¿quiere dejarle algún mensaje?  No, no iba a dejárselo. Iría esta misma noche a ahí, mi trabajo de investigadora me llevaba a la posada donde se alojaba Mary. Un lugar distante, pero no tanto, del pueblo. Mary, había dicho Julio, que Mary le había dicho, había ido ahí, para alejarse de la rutina durante un fin de semana, tal vez tres días. Buscaba estar lejos de los lugares que frecuentaba siempre.

Yo había llegado al pueblo para seguir la investigación de la carta de Gardel y porque una nueva clienta me había encomendado el seguimiento de su marido. Este, con la excusa de viajar por el interior del país por motivos de trabajo, aparentemente iría al pueblo donde vivía Mary,  con su secretaria. Y se alojarían en algún lugar de ahí durante dos noches. ¿Cómo lo sabía la mujer? ¿Y acaso las mujeres no lo sabemos todo acerca de nuestros maridos, parejas,  novios, amantes? El tema era comprobarlo y para eso me había encomendado reunir las pruebas. Estaba harta de las infidelidades de él. Aunque sabía que era imposible tener a un hombre atado. Estaba realmente  harta. Y nada, absolutamente nada, podía superar ese hartazgo.  Mi clienta, no se daba por vencida. Había averiguado absolutamente todo: adónde irían, qué  habitación tenían reservada, y un montón de cosas más. Esta noche, podría comprobar las sospechas de la mujer cuando fuera a la posada, donde también había reservado una habitación.


    Mary caminaba cerca del muelle. El sol de la hora de la siesta no le sentaba bien. Había gozado de un cierto estado de felicidad cerca del agua, como a ella le gustaba. Una sola cosa la ensombrecía: la imagen de Felipe, su gato. Lo imaginaba solo, deslizándose por la casa, alimentándose con balanceado y tomando agua, pero nada más. Imaginaba la soledad del animal, perdido en las habitaciones, esperándola y un poco le partía el alma. Mary  le habia pedido al encargado del edificio que lo cuidara
durante esos días en que no iba a estar. Le daba lástima dejarlo, aunque necesitaba salir de la casa y de la oficina con urgencia. Por eso había ido ahí, a la posada. Para estar sola, para poder pensar. Pasó varias horas del día caminando cerca del lago, sentándose de a ratos cerca del agua, mirando los árboles. Así, fueron pasando las horas. Por momentos, el recuerdo de Guillermo volvía a su mente.
Uno de los reproches más terribles de él era que no lo había querido acompañar en un viaje.  Susana hubiera venido, decía furioso. Y Mary se quedaba mirándolo a los ojos, sin contestarle. El también la miraba, como si ella tuviera que darle una explicación, una respuesta, que nunca llegaba.  Susana era la secretaria anterior a Mary. ¿Por qué ella tendría que acompañarlo en un viaje al otro extremo del mundo, conociendo como era Guillermo? La única obligación que Mary consideraba que tenía era cumplir con su trabajo, pero la relación que se había entablado entre ella y su jefe, sobrepasaba cualquier relación laboral. A pesar de lo intuitiva que era Mary, nunca llegaba a conocer del todo a Guillermo y la relación que mantenía con él se había convertido en algo peor que un matrimonio de varios años desavenido. Guillermo había invadido su vida de tal manera que ella misma jamás se hubiera imaginado. Guillermo se había transformado en alguien que le hacía reclamos permanentes , tal vez de la forma en que sólo un niño puede reclamar. Le reclamaba algo que seguramente él jamás había tenido y que suponía Mary podía y debía darle.  ¿Falta de amor, comprensión, afecto? tal vez. Pero eso no correspondía a una relación entre un jefe y una secretaria. Y sin embargo...sabía que Guillermo, por su forma, de ser, por su dispersión, por sus enormes ambiciones en el trabajo, no lograba en su vida afectiva lo que ambicionaba. Y tampoco lograba llevar adelante una amistad como la que se podría haber entablado entre Mary y él, por más empeño que ponía Mary en eso. Y tal vez era por eso que la llamaba a toda hora, le contaba sus problemas, le pedía consejos y asesoramiento todo el tiempo. Y también la involucraba en su vida de una manera en que Mary no quería ya saber más. ¿Qué le importaban a ella las amigas de Guillermo? ¿qué le importaba a ella el pasado de Guillermo? ¿qué le  importaba lo que hacía Guillermo con sus amigas? ¿qué le importaba de todo eso? Y eso se lo había ido preguntando  Mary día a día, en esa oficina del piso veinte donde había estado trabajando con él. Y también en su casa.

Y ella había sentido que le faltaba el aire. El único refugio que tenía Mary era irse a su casa después del trabajo o ir a bailar. Muchas veces se había planteado qué hubiera ocurrido si hubiera acompañado a Guillermo en uno de esos viajes que él le había propuesto . Y ya no quería pensar más. Por eso caminaba, para poder pensar, para respirar aire fresco entre los árboles, para sentir la brisa en la cara.

Cuando Mary volvió a la posada, eran las siete de la tarde. Atendida por los dueños, la posada era una casa, un lugar antiguo y reciclado, dedicado ahora al turismo rural. A la noche habría una comida y baile, ¿quería ir? Mary dudaba. No sabía si tenía ganas de ir a ese tipo de reuniones, con personas extrañas, a las que nunca había visto en su vida. Tampoco sabía que la detective se alojaría ahí. La dueña de la posada le aclaró: es una reunión de solos y solas, vienen de muchos lugares, ¿le interesa? Mary la miró azorada. Ella que había ido ahí justamente para estar sola, estaba invitada a una reunión para  conocer personas solas que iban en busca de compañía. Le pareció indignante la invitación de la  mujer pero no dijo nada. Tal vez fuera, ni siquiera sabía lo que iba a hacer después de darse una ducha y cambiarse.

Dejó correr el agua durante unos minutos antes de entrar.

El vapor le haría bien. Mientras, podría limarse las uñas y mirar la televisión, relajarse nada más que para emprender de nuevo lo que le había gustado llamar una renovación. Se había comprado ropa nueva y se había dispuesto a usarla. Nada del glamour ni de la ropa sofisticada que usaba en Buenos Aires. Aquí, en el pueblo, se vestiría como siempre le había gustado, de la forma en que se sentía más cómoda y auténtica. Unos pantalones negros y una camisola blanca, se pondría además unas zandalias y llevaría un saco tejido en forma artesanal. El olor de los pinos entraba por la ventana del cuarto  y también  el aroma de la leña quemándose en el fuego del asador la habían decidido finalmente ir a esa reunión a la que la había invitado la dueña de la posada. Bajaba de la habitación por la escalera y ya se escuchaban las voces altisonantes de las personas que habían ido a la reunión de solas y solos. El dueño de la posada, un hombre de anteojos y  pelo oscuro con algunas canas, le señaló un lugar: era una mesa redonda para seis personas. Y Mary vio que alrededor había otras mesas, también para seis comensales. Una mujer, rubia, de pelo largo y muy maquillada parecía dirigir la orquesta. Había un show. Mary se sentó en el lugar dispuesto y se encontró a su lado con un hombre que tenía todo el aspecto de un abogado, un tipo bastante simpático. Del otro lado, se había sentado una mujer que  tenía todo el aspecto tal vez de una contadora o especialista en finanzas. ¿De qué hablarían esa noche?Mientras el ruido y la música continuaban y un hombre disfrazado de mago empezaba a hacer trucos y a contar chistes, y la comida ya había llegado a la mesa, el hombre con aspecto de abogado, bronceado, ojos oscuros, vestido con jeans, camisa blanca y saco azul le contaba a Mary su vida. Entre plato y plato, carne con ensalada y papas fritas, además de jamón crudo y palmitos como entrada, el hombre  ya le había confesado a Mary su situación sentimental, era viudo, también su profesión: era abogado, le había contado acerca de su cuenta bancaria - real o imaginaria -, de sus propiedades - reales o imaginarias - y también cómo estaba compuesta su familia: hijas e hijos. Y además le había dicho casi como en secreto la marca del auto.  Mary pensaba en escapar lo más pronto posible de ahí. No había ido a la posada para encontrarse con personas tan solas o que no sabían qué hacer con su vida. Mary había ido a la posada para pensar en ella misma. Lamentaba que hubiera personas que sufrieran tanto la soledad. Y que la vida actual en las ciudades fueran la causa de que las personas estuvieran tan solas y vivieran con tanto sufrimiento. Mary lo sabía. Y también lamentaba que las personas tuvieran que asistir a ese tipo de reuniones con desconocidos, donde no siempre la pasaban bien, porque los encuentros podían ser muy frustrantes. Y también lamentaba los after hours en Buenos Aires donde la secretaria de otro director, de la empresa donde trabajaba la había invitado alguna vez a acompañarla. Esos after hours para divertirse tan aburridos como puede ser la obligación de divertirse después del trabajo, para tomar algo, para seguir hablando tal vez de lo mismo que se había hablado durante todo el día.  Ella conocía otras formas de vida. Y además, la soledad en la que vivía últimamente, en su casa, con la única compañía de Felipe, ese animal oscuro, de pelo sedoso y brillante que vivía pendiente de sus movimientos ni bien ella entraba, le estaba resultando cada vez más agradable, no le venía mal.  Ahora Mary miraba nuevamente hacia donde estaba la salida. El hombre seguía hablando, contando su vida también ya se había despachado con detalles acerca de su mujer, que estaría descansando en paz, seguramente en algún lugar. Era una mujer llena de virtudes, decía y Mary no lo dudaba. Mary sólo miraba hacia la puerta del restaurant y el pretexto que inventaría para escapar.

(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados

imagen: foto Museo Casa de Carlos Gardel

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