martes, 7 de febrero de 2012

La carta de Gardel - novela - (fragmento)


El departamento del octavo piso era luminoso. Mary lo había alquilado recién pintado, un dos ambientes, con lavadero y balcón, a la calle. De noche se veían los techos de las  casas, el pueblo iluminado. Le quedaba relativamente cerca del trabajo. Una cama y una  mesa de luz, un sofá y una mesa en el living, eran todo su mobiliario. Le habia dejado el pez con la pecera  al encargado del edificio de Buenos Aires y finalmente había traído la ropa que usaba como secretaria de Guillermo en unas valijas. No las había abierto aún. Esos vestidos estilo Jackie, los palazzos y los pantalones de seda, no sabía qué hacer con ellos. Todos esos collares, los aros de piedras, ¿a quién regalárselos? Ni loca se vestiría así para andar por el pueblo.
Se había comprado una agenda nueva y un cuaderno donde registraba día por día sus actividades a la manera de un diario. No era fácil librarse de Guillermo, aún persistía en la memoria su presencia, aunque  cada día más lejana.
Las otras noches había recibido llamados a la una, dos de la mañana, la hora en que muchas veces su antiguo jefe la llamaba. Mary atendía y del otro lado no había más que silencio. A Guillermo le gustaba hablar, a cualquier hora del día. Y Mary siempre lo había escuchado.
Ahora, la compañía silenciosa de Felipe, el gato, su nueva mascota, le hacía bien. Era un gato oriental, de pelaje sedoso y oscuro. Felipe sólo maullaba mientras Mary daba vueltas por la casa, ordenaba papeles, ropa, algunas compras del supermercado.
Había colgado la fotografía de Carlos Gardel en una de las paredes del living. La había comprado en el salón donde bailaba tango y milonga. Le hubiera gustado conocer a Gardel, como la tía de la señorita Ana, su antigua vecina. La vida de Mary se había convertido otra vez en una rutina: el trabajo de oficina, en el laboratorio al lado de la señora Nelly, las clases de tango y milonga, alguna salida con Julio, los fines de semana a remar en la laguna o el río. Mary deseaba que no le volviera a ocurrir lo mismo con nadie, lo que le había pasado con Guillermo tenía que ser una enseñanza. Nadie volvería a ocupar su mente como él. Nadie tendría el comando, nadie le exigiría tanta atención como él. Tanto.
No volvería a vivir una historia de perversidad como ésa.
Y si le volviera a pasar pediría ayuda, gritaría socorro, se iría de viaje a algún lugar lejano. Esa noche Mary se durmió en el sofá del living, con la televisión prendida, mirando un serie. Y soñó con los perros, los perros que tenía antes en la casa y que habían aparecido muertos. Ahora, los dos perros, estaban vivos y perseguían unas ratas, chiquitas y blancas, como las que se usaban en el laboratorio. Mary veía la escena y levantaba vuelo, y desde el aire veía la cacería de las ratas. El terreno por donde los perros avanzaban cazando las ratas era extenso y Mary volaba muy alto. Tenía miedo de caer y al final aterrizaba lentamente. Entonces volvía a su casa, su antigua casa y entraba. La casa estaba vacía,
deshabitada y encontraba ahí huellas de su vida anterior. De alguna manera estar ahí en la casa le daba cierta seguridad y a la vez, no le gustaba que estuviera tan vacía, tan despojada.
Ese lugar sin presencias la hacía sentir muy extraña.

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados

foto: Café de los Angelitos, desde la calle (c) Araceli Otamendi

No hay comentarios: