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sábado, 29 de octubre de 2011
La carta de Gardel - novela - (fragmento)
"...porque si yo voy caminando por la calle y veo que alguien silba,
reconozco inmediatamente el tango. Ese tango puede gustarme o no,
pero hay algo en mi cuerpo, hay algo en mi cuerpo no sólo de porteño sino
de argentino que lo reconoce inmediatamente..."
Jorge Luis Borges
Tiene razón Borges, tiene razón en lo que dice, el tango puede sentirse en el cuerpo. ¿Vos lo sentís, no es cierto? Sobre todo cuando empieza a sonar la música en el salón, en ese salón del pueblo, en el bar, cuando todo comienza, el baile, la música, los pasos...entonces la música fluye, se apropia del salón, de la mente y del cuerpo y se puede decir como aquellos versos: "...y enredada la pareja, sin notarlo, se besó...". (1)
Y entonces llega él, Julio, el profesor. Lo llamaste Julio, era inevitable. En el pueblo dicen que vos tenés una historia oculta, por eso estás ahí y no en la ciudad. Que digan nomás, que hablen. Porque estar ahí en ese pueblo, es la mejor manera de esconder tu historia. Vos trabajás, dijiste, hasta las seis de la tarde, como secretaria en un laboratorio de especialidades veterinarias. Y después, tres veces por semana, el baile. Y cuántas, y cuántos se están plegando al baile.
Ahora que miro el cartel del bar, en San Juan y Boedo,, ahora que sigo la investigación, en el bar esquina Homero Manzi pienso en Mary, en Julio, en el pueblo...
Ahora, en una esquina famosa de Buenos Aires leo: "La esquina de San Juan y Boedo, la esquina Homero Manzi, representa el espíritu de la todavía cercana Buenos Aires de arrabal, malevaje, empedrado y fundamentalmente tango.
En 1927, aquí en esta misma esquina, se construyó un bar que albergaba alma y corazón de la cultura urbana de la ciudad. Sus mesas fueron convocantes de los más renombrados músicos que transformaron el tango en la expresión artística más conocida de nuestro país.
Homero Manzi, entre ellos, inmortalizó la esquina con los versos de su tango Sur. Y legó a la Historia grande del Tango, páginas como Malena, Che bandonéon, Discepolín, El último organito, Barrio de tango, De Barrio, Ninguna, Fuimos y muchos más. Usted, con su presencia en esta esquina, le esta rindiendo el más sincero homenaje. Muchas gracias". (2)
Este caso me plantea inevitables senderos que se bifurcan, ¿por dónde seguir?
Hay palcos que desde el primer piso, recuerdan con un cartel a los protagonistas
del tango:
Libertad Lamarque
Enrique S. Discépolo
Azucena Maizani
Aníbal Troilo
Carlos Gardel
Ahora suena música de tango, es la voz de Julio Sosa. Es una voz varonil e inconfundible.
Me siento, cruzo la piernas, cuando viene el mozo le pido un cortado. El mozo no me mira con curiosidad, ya está acostumbrado. La ambientación conserva la barra original, parece, con filetes pintados, flores azules ¿ramilletes de jacintos? Y también la bandera argentina. Abajo mármol.
Hay un escenario con cortinados como si fuera un teatro, esquina Homero Manzi, dice. Pasan películas
de fútbol en una pantalla.
El mozo que me trae el cortado es ahora mi guía y me cuenta:
- Aquí Homero Manzi escribió la primera parte del tango Sur.
La letra de Sur viene a mi mente, entonces pienso en Mary, y en la señorita Ana y en la carta.
Y también en Gardel, ese Gardel que canta en la victrola, y que para escucharlo hay que darle cuerda...
Y en todo el trabajo, toda la ambición, todos los sueños de Adela. Adela que como un capitán imbuido con el corazón y el alma de Gardel llevó a la familia adelante y guardó la carta que él le enviara hasta el día de su muerte.
(c)Araceli Otamendi - todos los derechos reservados
(1) De un cartel en San Juan y Boedo, esquina Homero Manzi
(2) de un poema de Fernán Silva Valdés
Etiquetas:
Araceli Otamendi,
La carta de Gardel,
novela policial
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