miércoles, 12 de octubre de 2011

La carta de Gardel - novela - (fragmento)


El glamour era lavarse el pelo con champú neutro, tenerlo sedoso, brillante,  maquillarse poco, con un maquillaje suave,  bañarse todos los días, estar delgada, ser auténticamente una. Mary seguía eso que había leído alguna vez a rajatabla. Era una secretaria, sí, una mujer que trabajaba como secretaria de un laboratorio de especialidades veterinarias. Se había divorciado y no quería hacer la prueba de una nueva experiencia. Por eso iba a bailar tango y milonga varias veces por semana. Para no aburrirse, para no estar sola en esa casa.
La llegada del profesor de tango al pueblo le dio una nueva oportunidad a su vida. Después del divorcio había intentado salir, conocer a otras personas, no asfixiarse en ninguna rutina. Tenía un perro, un trabajo, una rutina y ahora el tango.
Se había comprado unos zapatos para bailar el tango, con pulsera y también una pollera ajustada y veía el tango como una salida, como una posibilidad, como algo que además la divertía y por un rato le hacía recordar que alguna vez su vida había sido otra. No ésta. Por eso tal vez odiaba cuando la señorita Ana recibía al profesor de tango en su casa. ¿Por qué no hacer una reunión donde todos bailaran? No, la señorita Ana tenía esas rarezas, por más que eran vecinas desde hacía mucho tiempo y sólo tenían en medio del jardín un cerco de ligustro el único tema de conversación eran las gallinas y las plantas. El pueblo era chico, no por la cantidad de habitantes sino por el sistema. Había pocos lugares donde divertirse, conocer gente, hablar. Entonces, la única novedad en meses el tango y el profesor, era ahora disputada. No era bueno sentir celos, se decía Mary, su matrimonio había terminado así, por celos, peleas diarias que lo llevaron hacia el final.
Y ahora esto. La música de milonga había empezado a sonar en la casa de la señorita Ana.

(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados

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