jueves, 29 de diciembre de 2011

La carta de Gardel - novela - (fragmento)


La señorita Ana toma en sus manos una cigarrera: era de una de las hijas de Adela, dice. Es una caja rectangular, dorada, con algunas partes de metal oscuro, como si estuviera gastada. La usaba cuando iba a bailar, o a una fiesta, aclara. No le pregunto nada, la dejo hablar y mientras ella me cuenta la historia de la cigarrera, ese objeto tan anacrónico, me acerco y tomo la cigarrera en mis manos. La abro.
Adentro está nueva, es una caja con distintos compartimentos, me asombra ver ese objeto tan en desuso. La señorita Ana me explica que la ha guardado como guarda tantos recuerdos ahí en esa casa. Como había guardado la carta de Gardel durante tantos años hasta que alguien se la llevó. O al menos, alguien sacó la carta del lugar donde estaba y la ocultó. Miro a la señorita Ana, quien sigue sacando distintos objetos posados en una mesa y me los va mostrando. Cada uno de ellos tiene una historia distinta: un abanico, parece de nácar,  un cuchillo que luego me entero es un cortapapeles, la figura de un Buda gordo, de porcelana verdeazul.
La señorita Ana se sienta en un sillón, me pide que me siente en otro. Al lado de una mesa baja, hay apilados libros, revistas, enciclopedias de plantas. A través de la ventana se puede ver la luz de la tarde, cómo se entremezcla con las hojas de los árboles. Hay muchos pájaros ahí afuera, en el jardín,  entonan diversas melodías. Creo reconocer alguna.
La señorita Ana me ofrece un té, le digo que sí. Ella va hasta la cocina y aprovecho para mirar un álbum de fotografías que está sobre la mesa.
Mientras estamos tomando el té y la señorita Ana me indica cuál es la fotografía de la dueña de la cigarrera, se escucha el motor de la Harley-davidson afuera.
Poco después Julio, el profesor de tango golpea la puerta.
La señorita Ana le abre y Julio entra como si lo estuviéramos esperando. Desde la noche anterior, cuando me fuí del bar donde él daba clases de baile, empecé a tomar distancia de Julio. Al menos en la mente. Ya no me sentía cerca. Ya no quería que se me acercara. Julio había llamado al hotel, varias veces, no había querido atenderlo.
Últimamente me había tratado como si tuviera planes, planes que él solo conocía, pensaba. Era una sensación, tal vez lo intuía. Era desagradable y violento a la vez, haber hecho eso, pensaba. Estar en los planes de otra persona, sin saber cuáles eran.
Y fue ahí, creo, casi sin darme cuenta, cuando empecé a distanciarme.
Se sentó frente a mi, en otro sillón. Apenas lo había saludado, ¿habría hecho bien?.

-¿Qué tal? - preguntó

- Bien - dije, por compromiso y por estar en una casa que no era la mía.

La señorita Ana le sirvió a Julio una taza de té mientras yo continuaba mirando las
fotografías. Apenas levanté la vista me di cuenta que Julio me miraba, como interrogándome.

(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados

fotografía: escalera de la Casa Museo de Carlos Gardel (c) Araceli Otamendi

No hay comentarios: