fotografía tomada en el Museo Casa de Carlos Gardel (c) Araceli Otamendi |
La primera noche en Buenos Aires Gardel decide pasar por el Café de los Angelitos, va a saludar a los amigos.
En el café de Rivadavia y Rincón un grupo de amigos habla de Mateo de Armando Discépolo, estrenada el año anterior.
Uno de ellos ha llevado una guitarra. ¿Entonará una canción?
No saben que el morocho pronto aparecerá en el lugar. Gardel camina por la calle, mira las casas, la ciudad como si la viera por primera vez. En la calle, sobre los adoquines, los colores del arcoiris se reflejan gracias a las luces nocturnas y al aceite que desprenden algunos autos. Ese arcoiris acuoso que lo deslumbraba de chico al cantor, que lo mantenía absorto frente a tanto brillo, a tantos colores distintos.
En otro lugar de la ciudad, Roberto Arlt teclea vigorosamente en la máquina las últimas páginas de La vida puerca. Luego, el libro se publicará con el nombre de El juguete rabioso.
También en otro lugar de la ciudad, Jorge Luis Borges planea junto a Ricardo Güiraldes, Brandán Caraffa y Pablo Rojas Paz la revista Proa que publicará su primera edición ese año.
Roberto Arlt conoce ese mismo año a Ricardo Güiraldes. Publicará después en Proa dos fragmentos de El juguete rabioso: El rengo y El poeta parroquial.
Este último capítulo después, no integrará la novela. Las editoriales Babel de Samuel Glusberg y Claridad, en la colección dirigida por E. Castelnuovo, rechazan El juguete rabioso.
En una de sus páginas, Silvio Astier, el protagonista, se preguntará, ante la imposición de la madre:
"...- Silvio, es necesario que trabajes...." "...Tenés que trabajar ¿entendés? Tú no quisiste estudiar. Yo no te puedo mantener, es necesario que trabajes..."
"... - ¿Trabajar, trabajar de qué? Por Dios... ¿Qué quiere que haga? ... ¿que fabrique el empleo? Bien sabe usted que he buscado trabajo... "
Esa noche después de reunirse con los amigos en el Café de los Angelitos, después de olvidarse ahí el paraguas que le regaló Razzano en París, Gardel escribe la carta a esa mujer rubia de ojos claros que parecía estar esperándolo en un pueblo de la provincia de Buenos Aires mientras su hija silbaba un tango. Carta que ella, Adela, guardará hasta el día de su muerte.
(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados
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