domingo, 2 de agosto de 2015

La carta de Gardel - novela (fragmento)




¿Cuántas veces le habían robado el tiempo? ¿cuántas veces había dejado que se lo robaran? saqueadores de tiempo los llamaría Mariana. Eran tantos. Las preocupaciones, las actividades, las personas que se le acercaban para contarle... ¿quiénes eran? Esos interrogantes y muchos otros se le presentaban ahora que se iba del pueblo rumbo a la ciudad. Otra vez, una vez más... Tal vez nunca encontraría la respuesta a la investigación sobre la carta de Gardel. Tal vez Mary nunca había tenido esa carta en su poder. Tal vez todo había sido un invento de la señorita Ana para complicarle la vida a Mary y a otros. Y a propósito de la señorita Ana, ¿a quién le importaba ya su muerte? Había hablado con algunos lugareños, vecinos de la mujer que le había encargado la investigación. Ana era ahora solo un recuerdo. Volvió a preguntarse por los que le robaron el tiempo, Ana había sido también uno de ellos. Este tema y otros similares le habían sido planteados por Mary durante su última conversación. La mujer se había lamentado ante ella por haberse involucrado en la investigación, su vida había sido un laberinto de preocupaciones que ahora no le interesaban en lo más mínimo. Guillermo, su antiguo jefe, Alejandro, el jefe que le había seguido a Guillermo, Julio, el profesor de tango, ¿quiénes eran ahora? recuerdos, solamente recuerdos, vagas imágenes diluidas que aparecían durante alguna noche para perderse después. Como en un tango. Como en el tango del que ya conocía la letra y anhelaba desprenderse para tararear otra canción. Mary le había confesado que lo que más le gustaba de su nueva vida era el jardín y los animales de la granja. También salir a caminar por el campo y pisar la hierba, y sentir el olor característico de la tierra. Obviamente con Mary no se podía conversar por ahora, acerca de la carta. Nuevas ocupaciones la esperaban en la ciudad ahora que se dirigía ahí. ¿Cómo estaría todo? Le hubiera gustado tener cerca a Angélica, su tía piola, esa que la escuchaba cuando era adolescente, donde ella podía acudir con su silencio o con sus palabras, o a Martín, ese amigo al que podía llamar para hacerle confidencias. Ahora, ellos no estaban. En su lugar había otras personas, nunca serían los mismos, solamente existían, se dijo, en un lugar de su memoria.

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados

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