martes, 9 de junio de 2015

La carta de Gardel - novela (fragmento)





Llegué al pueblo a eso de la dos de la tarde. Había averiguado algunos datos, y una persona me dijo que sabía dónde podría encontrar a Mary.
Resolví ir a verla. No sabía nada de ella desde hacía meses, me preguntaba si se habría ocultado deliberadamente, si estaba escapando de alguien o de algo.
Caminé algunas cuadras hasta llegar a una calle de tierra. Se escuchaban algunos ruidos de animales, el mugido de una vaca.
Me dijeron que la casa estaba al fondo, a unos trescientos metros. Como suele ocurrir en los pueblos y en el campo, cuando se preguntan las distancias, las respuestas suelen ser orientativas pero no exactas.
Los ladridos de unos perros me hicieron pensar que me había acercado a la casa, no sé por qué.

Mary vivía sola con dos perros en una chacra. Como toda seña había en la entrada un cartel que decía "Mary". Había una tranquera, me acerqué y la abrí.
Durante los primeros momentos del encuentro con Mary, supe que estaba frente a una extraña. No era la misma Mary que había conocido al empezar la investigación, sino otra, muy distinta. Estaba vestida con jeans y zapatillas, el pelo largo y suelto. Valentín y Rocky, así se llamaban los perros, me olieron y ladraron hasta que entramos a la casa.

Mary me hizo sentar en el comedor, tenía pisos de mosaico, y un ventanal muy grande que daba al jardín. Había pocos muebles y el ambiente reflejaba austeridad.

- Quiero hacerle algunas preguntas - dije

- Me imagino que no habrá venido hasta aquí para nada - contestó

- Claro - dije


 
El canto de algunos chimangos me distrajo. Era el fin de la hora de la siesta.

Mary fue hasta la cocina y trajo dos vasos de jugo de frutas y me acercó uno. Lo tomé, aunque no tenía ganas. Hubiera preferido un café. Intercambiamos algunos comentarios acerca de la nueva casa y de la nueva actividad de Mary. Se había dedicado a estudiar durante algún tiempo a los animales, dijo. Después me habló de las ovejas, tenía algunas, le gustaba que cortaran el césped en lugar de usar una máquina cortadora de pasto. Son el colmo de estoicas, dijo. Hace poco hubo que operar a una, y soportó los dolores como si nada. Los animales saben disimular el dolor.

(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados


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