sábado, 9 de mayo de 2015

La carta de Gardel - novela (fragmento)



 
Pisaba las hojas secas de los árboles en la vereda, el otoño había llegado. ¿Hasta cuándo seguiría en ese pueblo? La conversación con Dolores, la mujer más vieja del pueblo la había desconcertado, rodeada de retratos, de perros, de pájaros, de recuerdos que se agolpaban y venían a su mente y quería rescatarlos y entregárselos a ella, porque era ella, justamente ella la que buscaba la carta de Gardel. ¿Hasta cuándo seguiría buscándola? y además por encargo, era un trabajo. Las hojas secas del otoño le molestaban, odiaba el otoño, no le gustaba, nunca le había gustado esa estación parecida a la muerte. Le molestaba tanto como los cartelitos con moraleja de facebook, o los conocidos que la llamaban o le escribían después de años de no saber nada de ellos ¿qué importancia tenía todo eso? En algún espejo había que mirarse, Dolores le disgustaba, no había querido contestar algunas preguntas. Tal vez tuviera razón en no hacerlo.

Decidió volver al hotel, comer algo y directamente subir a la habitación. Miraría alguna película en el televisor plano del cuarto, esa pantalla que se parecía a cualquier cosa, tal vez una computadora, tan común como tantos otros objetos que se vendían como algún confort. Se le cruzó un hombre que caminaba rápido, en la oscuridad y caminó directamente hasta entrar en el edificio nuevo.

La noche parecía existir adentro de la habitación, corrió las cortinas lo suficiente, pero no tanto como para no ver la calle. Escuchaba el ruido de las hojas que aún quedaban en los árboles, algunas ramas se hamacaban y golpeaban el vidrio. Se alegraba pensando que pronto se iría de ahí a otra parte, tal vez a Buenos Aires. Aunque no tenía ganas de volver a la oficina, siempre habría novedades que la estarían esperando. La chicharra del teléfono sonó varias veces. Miraba el reloj, ¿quién sería a esa hora?

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados

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