sábado, 15 de marzo de 2014

La carta de Gardel - novela - fragmento



Decidí bajar más tarde, cuando los comensales ya hubieran empezado y el número de Valentín, el mago, también. Las fiestas de adultos se habían convertido en fiestas de niños grandes:  necesitaban un mago para entretenerse, con la conversación o la  música ya no alcanzaba. ¿Qué haría yo ahí? Isidro insistió en que estuviera presente en la fiesta, Valentín, dijo, me ayudaría a resolver el enigma de la carta de Gardel. Miraba el espejo del armario: elegiría ropa casual, nada de collares de perlas, vestido largo o saco de piel, no era mi estilo. Me sentiría disfrazada. En ese pueblo a la mayoría de las mujeres les gustaba cambiarse muy seguido de ropa y de accesorios, seguramente porque se veían las mismas caras en distintas reuniones. Ya estaba terminando de vestirme cuando sonó el timbre del teléfono, un sonido monótono. La voz del recepcionista dijo que Isidro y la mujer me esperaban abajo. Me peiné, ya estaba algo maquillada. Antes de salir busqué la carta que había escrito para Claudio, la cambiaría sin decirle nada a Isidro. Pensaba que Isidro tal vez nunca le entregaría la carta, o que tal vez Claudio, jamás la iba a leer. Era una cuestión mía, pensaba, algo personal y secreto y nadie tenía por qué enterarse. Cerré la puerta de la habitación y me dirigí directamente a la de Isidro. Con la tarjeta que había conseguido abrí la puerta y entré. Sabía que él podía guardar cualquier cosa que yo le pidiera que cuidara en su mesa de luz. El perfume de su nueva mujer me causó repugnancia, era demasiado fuerte, una esencia muy concentrada y dulce. En la mesa de luz de Isidro había un juego de llaves, algo de dinero, anteojos de sol y un sobre blanco cerrado. Ojalá sea mi carta, pensaba. Reconocí mi letra y reemplacé la carta por la nueva. El juego de destruir la imagen del otro, el juego de borrar toda huella, aunque fuera  buena y verdadera había empezado hacía ya tiempo. ¿Se enteraría Claudio alguna vez? Las alfombras mullidas del hotel amortiguaban mis pasos rápidos. Al bajar por la escalera escuchaba el murmullo de las personas reunidas en el comedor. Por el tono y volumen  de sus voces mezcladas  se notaba que ya estaban comiendo y bebiendo seguramente algunos vinos o algunas otras bebidas. Antes de ir al comedor me detuve algunos instantes para observar a un huésped recién llegado: era un hombre de pelo canoso, casi plateado prolijamente atado hacia atrás, tenía anteojos oscuros y la piel bronceada. Su imagen me recordó a la del diseñador Karl Lagerfeld. Me acerqué para mirarlo mejor. El hombre con guantes de cuero que hacían juego con la campera entregó las llaves de un auto al recepcionista.  Había llegado con dos valijas. Isidro se esforzaba últimamente por darle al hotel un perfil internacional y este personaje no parecía de una ciudad cercana. Tal vez el auto sería alquilado.

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados 

imagen tomada en el Museo Casa de Carlos Gardel 

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