jueves, 27 de febrero de 2014

La carta de Gardel - novela - fragmento



Entrar en un lugar lleno de cosas en desuso, significantes sin significado, en definitiva cosas muertas, nada más había que  hacerlo. ¿Era necesario? Antes de decidirme recibí un correo electrónico de Mary. Decía que estaba bien, no quería volver al menos por un tiempo. Era la primera vez que había conocido a alguien que no la estaba usando, al menos eso creía - o tal vez fantaseaba - , sí, porque, se lamentaba, todas personas que había conocido en su vida la habían usado. Hizo una lista, que ahora no tiene sentido enumerar. No incluía todo el abecedario pero se acercaba.  Eso me parecía exagerado. ¿Y ese alguien, quién era? Según decía un hombre petiso, gordito y calvo muy simpático y que no tenía nada que ver con los mundos que ella conocía. ¿Arriesgado? No sabía qué pensar. ¿Y si fuera cierto? aunque hubiera algo de cierto... Como fantasía estaba bien, al menos no le recordaba ni a Guillermo ni a Alejandro, ni siquiera a Julio. Esto era algo reciente, estaba dispuesta a seguir adelante. No daba más detalles.
Le contesté en pocas palabras, le dije que me mantuviera al tanto de todo, que seguía buscando la carta de Gardel. Estaba en un pueblo y volvería en un día o dos más a Buenos Aires. Ahí podíamos hablar personalmente, si ella quería. Me contestó con otro correo. Me pidió que fuera a su casa, la casa de la que ella se había ido hacía mucho tiempo y a la que no quería volver. Me pidió que le buscara algunas cosas, algunos recuerdos y cuando nos viéramos, se los entregara.
No me gustaba la idea de ir a una casa deshabitada, era como visitar un cementerio en verano a la hora de la siesta. La sola idea de hacerlo me producía una sensación rara, de extrañeza y desasosiego a la vez. ¿Por qué me había metido en este caso? Empecé a caminar, a dar vueltas por el pueblo, a detenerme frente a casas que parecían dormir, con las ventanas y las puertas cerradas. Estaba casi segura que la carta de Gardel había sido un tema de discusión entre Mary y la señorita Ana. Y alguien tiene que ganar la partida. Pero Mary se había ido, lo había dejado todo ¿y por qué no, también, la carta de Gardel? Tenía que tener coraje para entrar ahí, a revolver papeles y fotografías, objetos cubiertos de polvo,  a encontrarme con huellas de seres que no estaban más. Me detuve debajo de un árbol y respiré profundamente. ¿Y si lo que decía Mary fuera cierto? Por primera vez en su vida había encontrado a alguien que no la estaba usando.

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados 

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