sábado, 4 de mayo de 2013

La carta de Gardel - novela (fragmento)




Si Guillermo estaba muerto en el sueño había resucitado, estaba vivo, en el sueño
no lo podía explicar. Estaba vivo, realmente, y como siempre aparecía sin que lo
llamara. Era imposible, pero real, en el sueño Guillermo algo me decía, inquietante.
No esperaba ese día, después de haber dedicado tantas horas a la huerta, a plantar
tulipanes en almácigos, lechugas, tomates, había sido un día feliz. Haber
estado en contacto con la tierra, escuchado el canto de los pájaros sin haber pensado
ni una vez en Guillermo. Y sin embargo, nuevamente, aparecía en sueños. Me quedé
callada, escuchaba lo que decía aunque después no lo pudiera recordar. ¿Era sobre
un viaje? No sé, ahora no lo sé. Sólo recuerdo su imagen, cómo me sobresalté. Era
como un fantasma y estaba vivo, ahí en el sueño. Salté de la cama para tomar un vaso
de agua. Los zapatos de tango desordenados en el piso, cada uno en un extremo de la
cama. Haber bailado tantos tangos, ¿de qué me había servido? Durante algunas horas
no había pensado en nada, o casi. Guillermo se atrevía a todo, muerto, volvía en imágenes.
¿Qué podía hacer ahora? Escribir el sueño, dejarlo plasmado en una libreta, fijar la 
atención en otras cosas. Una escalera de luz  se proyectaba en la pared. Amanecía. 
Julio había vuelto a dar clases de tango y milonga. Pero Guillermo, era otro tema. 
¿Y si lo grabara? Y si grabara lo que estaba pensando y el sueño, para no escribir,
para no pensar más. Porque cada vez que Guillermo volvía a hablarme en sueños,
la película completa volvía a empezar. Una noche, cuando Guillermo se había ido
en uno de sus tantos viajes, recordé en mi casa  el lugar dónde había dejado mi diario,
una pequeña libreta azul. Estaba sobre mi escritorio, no había peligro de que nadie
 leyera nada. ¿Decía algo sobre Guillermo? Seguramente sí. 
¿Quién podía leer eso? Alguien, alguien que tuviera las llaves de la oficina, o alguien que
limpiara las oficinas de noche. Era necesario ir y rescatar el diario. Me vestí y salí corriendo,
tomé un taxi. La ciudad se encendía con luces de todos colores, brillante y enorme, tenía
que llegar antes que alguien pudiera leer lo que había escrito. ¿Cómo se me había ocurrido
hacer algo así? 

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados


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