lunes, 13 de agosto de 2012

La carta de Gardel - novela (fragmento)



En la novela policial, decía Borges, los personajes tienen que tener vida propia, más allá de las necesidades, a veces muy estrictas del relato. Tal vez por eso, Mary se había ido lejos, o eso creía. Sentada en el bar La farola ¿porque en qué pueblo de provincia no habrá un bar con ese nombre?, miraba por la ventana, cerca de dos hombres que comían un plato de pastas. El bar tenía el nombre de un enorme farol hecho con vitraux, cerca de un espejo, frente a la barra.
Mary se sentía a sus anchas. Se había cortado el pelo y se lo había teñido de rubio, bien claro, inspirada tal vez en la rubia Mireya del tango. Estaba en un pueblo del que apenas recordaba el nombre, había alquilado una casa con un terreno grande y se disponía a vivir otra vida muy lejos de la gran ciudad. Pidió una porción de pizza y una de fainá y un agua tónica. La luz de la tarde. recién empezaba, se filtraba por la ventana. ¿Quién la iba a encontrar ahí? Con los ahorros de varios años de trabajo, mezquinando en ropa y en zapatos nuevos, aparentando con Guillermo que se gastaba todo el sueldo vistiéndose para estar a tono con él  y con Alejandro, que todo su guardarropas era a estrenar, había conseguido tener algo. Era poco, sí, pero peor hubiera sido haberse gastado todo en frivolidades. Quería olvidar, sí, quería olvidar, como un personaje de cuento Mary quería  empezar todo de nuevo, no haber conocido nunca a Guillermo, su frivolidad, también quería olvidar a Alejandro y todo su egocentrismo. Quería hacer borrón y cuenta nueva, plantar lechugas en la tierra y también algunos tomates. Ya vendrían después los conejos a comerse las plantas, a multiplicarse como en el cuento de Julio, a invadirlo todo. Pero eso sería después, mucho después. Se sentía sonreir: una mujer nueva, despojada de malos recuerdos, como si el cuento recién empezara, como si el diluvio hubiera caído ahí en ese pueblo y ella hubiera sido algún pariente de Noé en el Arca. Tal vez eso era: una sobreviviente, alguien que había atravesado una gran tormenta, un inmenso diluvio. Algunas imágenes venían a su mente: Guillermo llamándola por teléfono todo el tiempo, hablándole a toda hora, haciéndola ir a su casa con mil pretextos: traéme el libro y la agenda que me olvidé en el escritorio. Su vida había sido eso, un aburrimiento, una esclavitud, un hartazgo. Se había liberado ahí en el pueblo, era otra mujer. Recién empezaba a vivir, se dijo. Pero ¿y si alguien la encontrara? Podría vivir todos los días escuchando tangos, escuchando toda la música que se le diera la gana, y olvidar, olvidar, olvidar...

Cuando el mozo puso el plato con la pizza y la fainá sobre la mesa, Mary lo miró, le vio una cara rara, como de pájaro triste, consumido. El hombre miró a Mary también y dijo:

- Alguien me preguntó hoy por usted.

(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados

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