viernes, 6 de julio de 2012

La carta de Gardel - novela (fragmento)



¿Qué le podía decir? La escuchaba, me hablaba de Alejandro, del trabajo, de sus días en la oficina. En realidad podía entenderla, podía comprenderla porque mi vida también consistía en una gran dedicación al trabajo. Tal vez a alguien pueda parecerle entretenido que una mujer se dedique a investigar, para mi es un trabajo, como el de Mary. Pasaba sus días en la oficina, llegaba antes que el jefe, preparaba todo, revisaba el correo electrónico. Cuando él llegaba, tenía que comentarle las novedades, los llamados. Alejandro era más rápido mentalmente que Guillermo, pero la gran desventaja de su vida era estar casado con una mujer tan celosa. Me paso atendiéndola, dando pretextos cuando él se va de la oficina. A veces tengo que inventarlos porque yo tampoco sé dónde está. ¿Y adónde puede ir un hombre tan ocupado en horario de oficina? ¿Cómo saber lo que hace? El es un director no puede andar paseando por ahí, cualquiera podría verlo. ¿Y si tuviera un buen escondite? ¿De qué serviría saberlo? Decididamente no, dije. Aunque fuera la mujer de Alejandro quien me pidiera que lo investigara no podría tomar el trabajo. Sería una falta de ética de mi parte. Ya había seguido a Mary muy lejos, ya había aceptado viajar al pueblo cada quince días para a ver a mi clienta, la Señorita Ana y rendirle  cuentas de la investigación, ella se empecinaba en recuperar la carta. Ya sabía yo más de Gardel que muchos que decían saber de tango. Hasta había hablado con algunas personas que sabían distintas historias de Gardel, historias que no estaban escritas en ninguna parte. Como esta historia, la de esta carta.
A veces uno ni siquiera sabe por qué se encuentra a tal o cual persona y el caso de la carta de Gardel me había hecho encontrarme con Mary. Y ahora ella era una mujer sola en la gran ciudad, una mujer que dedicaba muchas horas de su día al trabajo, como yo. Me hablaba de Alejandro como si yo lo conociera. Podía dibujarlo en mi mente a través de su descripción. Podía verlo incluso a través de las palabras
de ella. Si tantos problemas le traía Alejandro, algo bueno seguramente también habría. ¿O no? Nos habíamos encontrado en un bar. Ella pidió un café cortado y yo una seven up. Mary estaba más delgada, parecía querer resolver el problema de su vida en una noche y la dejé hablar. No me costaba nada. Era un método que siempre daba resultado. El que hablaba terminaba aliviado y yo me enteraba de algunas cosas. A veces incomprensibles, a veces, totalmente inútiles.
Mientras revolvía el café me comentó que a veces no entendía a las personas que se casaban y tenían hijos y cuando tenían todo eso querían ser libres. ¿Y a usted no le pasa que cuando está en Buenos Aires quisiera vivir en el pueblo y cuando vive en el pueblo quiere estar en la gran ciudad? Sí, contestó. Entonces, lo que me comenta de Alejandro es lo mismo. Seguramente no puede estar solo, no aguanta la soledad, quiere a la familia y cuando está con la familia quiere estar solo. ¿Y a usted no le pasa algo así? me preguntó. Creo que no, dije. Porque yo ya tomé una decisión, tal vez varias, muchas veces en mi vida tomé decisiones, Y siempre opté por lo que me pareció mejor. A través de las decisiones es como se ejerce la libertad, dije. Y sé que todo no se puede hacer. Mary me miraba como si no me comprendiera. Pero no vinimos a hablar de mi. Éramos dos extrañas, frente a frente en ese bar, cerca de una ventana. Las sombras de las hojas de los árboles habían empezado a proyectarse en la vereda en esa noche oscura, nublada y de pronto Mary cerró los ojos y se quedó callada durante algunos momentos. ¿Le pasa algo?. Sí, me dijo. ¿Se puede saber? No, ahora no. Afuera lloviznaba y me pregunté si ella había visto algo por la ventana. Algo tal vez invisible para mi. Mejor
me voy, otro día seguimos. Ella pagó la cuenta y se fue enseguida. Yo me quedé unos minutos más. Haber hablado con Mary me dejó una sensación extraña. Como si hubiera quedado mucho por decir. Pero a esa hora, un viernes, yo ya no tenía ganas de escuchar confidencias. Iba a regresar a casa, tal vez pondría algún video y comería algo, un sandwich o alguna otra cosa. Tal vez nadie se imagina la cantidad de personas, mujeres y hombres que viven solos en Buenos Aires. Muchos viven con un perro o un gato, algunos con más de un animal. Otros sólo con la compañía de la televisión.Mary era una de estas personas que viven solas y necesitan hablar con alguien, aunque ese alguien sea una extraña, apenas alguien conocido. Personas que viven solas y llegan a su casa y no tienen con quien hablar. Los encuentro en la calle, en un bar, en cualquier parte. Personas solas en la gran ciudad. ¿Y si todo esto que me había contado Mary no fuera más que un pretexto para no hablar de la carta de Gardel perdida o robada? ¿Y si Mary no supiera tampoco nada acerca de la carta? Cuántas cosas más  de la vida cotidiana de Mary sabía, menos sabía acerca de ella y de la
carta. Con todo lo que sabía ahora de Alejandro, el jefe de Mary, hubiera podido escribir un libro.

(c) Araceli Otamendi









2 comentarios:

Juanky dijo...

Cuando la lectura te etrapa uno percibe dentro de la situación y las circunstancias un trasfondo entre las relaciones humanas y la inexorable soledad metafísica de cada ser humano. Y como siempre un cuadro muy de Buenos Aires, como Jorge Amado de Bahía. Muy amena la lectura y fluida sin complicaciones y a la vez profunda entre líneas denota los rasgos más complejos (filosóficos y psicológicos) de los personajes.

Araceli Otamendi dijo...

¡gracias por el comentario! Juan Carlos, un abrazo